Los dos capítulos juntos

Publicado el 10 mayo 2015 por Alsegar

SI QUIERES PUEDES ESCUCHAR LA CANCIÓN MIENTRAS LEES  
Capítulo 1.
En algún lugar de aquella España una grande y libre, aproximadamente sobre el año 1972.
El niño tímido y acomplejado miraba las estrellas desde el balcón de su casa, soñando con un futuro de sonriente fama. Haría grandes cosas que fascinarían al mundo, que asombrarían a los que se burlan de él, a los que le esquivan, a los que nunca le escogen cuando en el patio hacen los equipos para jugar a futbol.
En ese futuro de fama y admiración, las más hermosas mujeres perderían la cabeza por él, y no podría poner un pie en la calle sin que de inmediato se viese rodeado por un nutrido círculo de admiradores suplicándole un autógrafo.
Desconocía en sus sueños cual era el motivo de su éxito; qué grandes películas habría rodado, qué imprescindibles libros habría escrito, o que asombrosos lienzos habría pintado; pero era rico y famoso; un héroe para muchos. De eso estaba seguro.
El niño introvertido y solitario dejaba volar su imaginación fantaseando con nuevas y variadas prácticas de tributo y respeto hacia él. Triunfaría. Estaba convencido de ello. Se lo decían las estrellas; se lo decía la agradable brisa que acariciaba su rostro en el balcón de su casa, mientras se entregaba a sus pomposas quimeras en las plácidas noches de primavera.
El niño dejaba de soñar cuando escuchaba la voz de su madre reclamándole para la cena. Él acudía raudo a la autoritaria llamada de la madre que decidía que ropa vestía, como debía peinarse, y que actividades extraescolares le convenían. Esa madre dominante y totalitaria a la que la dictadura había convertido en reina de su casa. Esa madre que aun siendo una niña tuvo que abandonar la escuela para cuidar de una legión de incontrolables hermanos, teniendo que ingeniárselas para aprender a cocinar para una decena de bocas y a remendar una y otra vez las mismas decenas
de pares de calcetines.

Esa madre encerrada en una vida sin perspectivas, cautiva como mandaban los cánones de la época a una respetuosa sumisión al marido al que siempre debía tenerle planchadas las camisas y limpios los calzoncillos, era la que pretendía decidir el futuro de su hijo con bien poco criterio y todavía menos entusiasmo.
La inseguridad del soñador niño encontraba cobijo bajo el ala protectora de la testaruda madre cocinera, costurera, y hastiada ama de casa. Eran tiempos en que las familias cenaban juntas frente al televisor en blanco y negro; aquellos con la primera y el uhf, viendo el manipulado (en eso no se ha cambiado mucho) telediario, los episodios de Ironside, Los payasos de la tele, o el revolucionario concurso Un dos tres… responda otra vez, y su inolvidable calabaza Ruperta. En casa del niño soñado todos escuchaban respetuosamente al cabeza de familia cuando explicaba durante la cena alguna anécdota de su empleo o del pluriempleo. Después le tocaba el turno a los chismes de la madre, sobre si ya había muerto el marido de la Paquita, la barra de pan había subido dos reales, o la vecina del tercero se había comprado una nevera con congelador. Al abuelo, que por edad ya estaba de vuelta de todo, lo único que le importaba era si le faltaba sal a las judías, o que cayese vino de la bota cada vez que la levantaba para beber.
Los años han pasado. Hace mucho que las estrellas no le hablan al que fuese un niño soñador, y aquella suave brisa primaveral se convirtió en un vendaval que le empujó hacia lo desconocido; hacia la verdad en la que no existen angelicales alas bajo las que protegerse; hacia los restaurantes de comida rápida y los calcetines que ya no se remiendan. Aquel niño quedó solo en un recuerdo a cámara lenta, una postal en blanco y negro, desde el día en que tuvo que dar su primer paso a ciegas sobre el borde del mundo de los cien canales de televisión y de Internet.
Capítulo 2.
Mi pseudónimo es Hank Sky. Mi nombre no importa, solo forma parte de un pasado para el olvido.
Me espera todo un país.
Después de haber publicado un par de exitosos libros con una editorial seria, voy a iniciar una gira de presentaciones por diferentes ciudades de nuestra geografía.
“Nadie puede salvarte sino tú mismo” decía Bukowski en uno de sus poemas.
Y yo lo he hecho.He luchado por mis sueños. Soy escritor.
¡Oh! Qué gran sabio era Bukowski. Qué gran placer haberle descubierto a través de su obra. Qué lástima no haberle podido conocer personalmente.
Todos mis ídolos están muertos. Lennon, Mercury, Bukowski, Berryman, Marley, Benedetti… Incluso Lou Reed estámuerto.
“¿Quieres ser así?
¿Un ser sin cara, sin mente, sin corazón?
¿Quieres experimentar la muerte antes de la muerte?”
Continuaba el viejo Buk en su poema.
¡Qué cojones!
¡A la mierda con mi pasado! ¡Bienvenido mi glorioso futuro!
Que se jodan los que me hacían sentir inferior con mi carita de niño bueno, los que en la escuela se reían de mis zapatitos de angelito sobreprotegido, o de mis pañuelos con las iniciales bordadas que sacaba de mi bolsillo para sonarme los mocos. Tengo cara, mente y corazón.
Toda esa mierda se terminó. He sacado
todo lo que llevo dentro y lo he puesto sobre papel. Todos mis fantasmas, mis
temores, mis dudas…

Los he despojado de vergüenza para poder mostrarlos públicamente. Y han gustado. Han calado hondo, tras llegar a los lectores en forma de relatos y poemas; han sacudido sus almas, han removido sus recónditos temores, sus propios fantasmas; han reconocido en mis palabras esos otros yos que todos tenemos dentro, y no tan solo nuestro yo principal, ese que nos gusta mostrar, el que convertimos en dominante, el que nos enorgullece, del que alardeamos… el más falso.
Escribo con la intención de no dejar a nadie indiferente. Y como terapia personal. Mis músculos, mis tendones, mis entrañas, todo ello se nutre ahora de palabras y miserias, de temores y fantasmas, de relatos y versos. Antes las mangas de mis camisas se mojaban con las lágrimas que secaban de mis ojos; unos ojos que ahora brillan ilusionados. Y me divierto con ello.
“Cada vez que dices estar aburrido significa que no tienes vida interior.”
Aseguraba John Berryman, otro gran sabio poeta.

Ya no me duelen los recuerdos desde que aprendí a controlarlos convirtiéndolos en literatura. La gente se tortura, se deprime y se suicida porque no sabe encontrarse. Somos nuestro gran desconocido.
Yo tuve la suerte de saber encontrarme en mi agonía.
La falta de amigos me volcó en la lectura. La lectura me volcó en la escritura. La escritura me ha devuelto amigos. Pocos, pero buenos amigos.
He triunfado sobre la humillación, sobre el desfallecimiento, sobre el hundimiento personal. Y tal vez deba ese éxito a mi pasado. Dicen que para ser un escritor creativo es mejor ser un infeliz. De hecho muchos grandes escritores acabaron sus días suicidándose: Mishima, Hemingway, Virginia Wolf, Salgari… Incluso Séneca decidió poner fin a su existencia con este drástico proceder. Yo en cambio he vivido un proceso inverso. Pensé en el suicidio muchas veces, pero siempre antes de convertirme en escritor, cuando era solo un limpiacristales a sueldo y sin futuro en una empresa de limpieza.
Portazo al pasado. Ahora soy el dueño de mi vida, de mis emociones.
Lou Reed cantaba en su canción Riptide.
Ooohhh what you gonna do with your emotions
Ah, ones you barely recognize
In your sleep, I heard your screaming,
“This is not voluntary! This is not voluntary!
If this life I’d rather die!”

Ooohhh, ¿qué vas a hacer con tus emociones?
Ah, apenas las reconoces.
En tus sueños te escuché gritar,
“¡No es mi voluntad! ¡No es mi voluntad!
¡Si esto es vida, preferiría morir!”

El caso es que en mi bolsillo tengo un pasaje de avión que mañana me llevará a Mallorca. Allí comenzaré con mi tanda de presentaciones de la mano de J.J. Wallace. A pesar de que por su apellido podría perfectamente tratarse de un escocés, galés o irlandés, resulta que el individuo en cuestión es de Valladolid.
Se trata de un personaje bastante odioso. Un tipo sin amigos, preocupado solamente por hacer dinero con sus negocios. No conozco a nadie que hable bien de él. Los calificativos más favorables que he escuchado para distinguirle son: repugnante, insoportable, detestable, cabrón, tirano de mierda. Eso sin nombrar los que hacen mención sobre su santa madre.
Wallace es gordo, calvo y huraño. Fuma puros caros y siempre habla, mejor dicho, grita a alguien por su teléfono móvil del que no se desprende nunca. Por supuesto no está casado y viste deslucidos trajes, corbatas con nudos de risa y camisas con lamparones de diversa procedencia. No le importa en absoluto su aspecto; no le importa en absoluto lo que el resto de la humanidad piense de él.
Wallace se dedica a la organización de conciertos, ferias y eventos importantes. Se mueve con soltura por las altas esferas y su aspecto para nada importa a quienes le contratan. Son conscientes del éxito asegurado gracias al perfeccionismo y la profesionalidad de Wallace, modelados a base de años de oficio.
Me ofreció la posibilidad de viajar por diferentes ciudades en las que iba a organizar una serie de importantes conciertos, paralelamente a los cuales concertaría a modo de agente literario las presentaciones de mis libros.
Acepté su propuesta.