Hablar de espacios para el amor y la sexualidad en tiempos de computación y televisores, en tiempos del SIDA y de la violencia social como rasgos a la sociedad, es hablar del cotidiano. Hoy como ayer, la gente joven sale a bailar,antes a casas de otros, hoy, más cosmopolita, a discotecas que hay para todos los gustos. Quizás, aunque hay para todos los gustos, pasa de todo en todas partes porque los frenos sociales se han erosionado y la libertad está siendo conquistada, a pesar de muchos conservadores. Desde cualquier punto del mundo hasta la punta mas alejada hay lugares de baile para todos los gustos, quizás menos para las lesbianas que aún tienen poco espacio y utilizan los espacios de todos los demás, si el machismo (de los varones) y la androginia (de las mujeres) se lo permite. No obstante, la diversidad de discotecas por clase social, nivel de ingresos, tipo de música, zona geográfica y estilo individual es gigantesca.
Pero también parques y plazas, malecones, canchas de juego de deportes, gimnasios, y universidades, valga la redundancia, son lugares de encuentro que tarde o temprano, si todo marcha bien, va a parar en algún hostal pecaminoso o en un sofá hogareño. La variable SIDA es quizás la más delicada porque esto ocurre mientras la nueva generación sigue sin tomar conciencia de que el SIDA mata. Mata a hombres y mujeres y sobre todo mata a los que tienen entre 16 y 25 años porque están en la flor de su sexualidad y el tranvía llamado deseo los lleva por paraderos llamados evasión, diversión, y ganas locas. No solo por el paradero final del amor como no hay otro igual. Es trágico porque no discrimina en forma alguna y porque es una infección que no presenta síntomas hasta cuatro años después, más o menos, del momento de contagio, para una persona bien nutrida. A una persona desnutrida la arrasa en menos de dos años. Por cada embarazo juvenil, tan frecuente, hay dos candidatos a la muerte en una ruleta rusa ineluctable. Ciento cincuenta mil infectados en el Perú y en la mayor parte de los paises de América Latina y el Caribe en doce años desde el primer caso en 1984 dan fe de esto. Sin duda esto altera la espontaneidad de los setenta. Más de nueve millones de infectados, sobre todo en el Tercer Mundo, hablan de la espontaneidad y de la falta de información en esta parte del mundo.
Plantearse que ha habido una mutación esencial en el amor finisecular es no comprender que el amor es el amor es el amor y que hables o no, quieras casarte o no, todos buscamos el amor en todos los tiempos y lo encontramos a veces: unas, a un lado el yo no quiere al otro más que para estar; otras, el otro no te quiere más que para pasarla bomba. La tercera y más remota posibilidad es que tarde o temprano las amarras atrapan el poste y el yo y el otro se encuentren en un frente a frente de terror y deseo, de ternura y compañía, con soledad, angustia, y desesperación donde permanecerán juntos diciendo no puede ser y buscándole tres pies al gato.
En suma
Si pudiera expresarte como es de inmenso en el fondo de mi corazón mi amor por ti. Siempre tú estas conmigo, en mi tristeza, estas en mi agonía y en mi sufrir pero el problema es que no sufro mucho porque para qué y qué tanta agonía si la podemos pasar bomba. Me gustas y te quiero y te quiero y me gustas y no hay bella melodía en que no surjas tu ni yo quiero escucharla si no estás tú también porque te has convertido en parte de mi alma ya nada me conforma si no estás tú también. Y digamos, con menos palabras y más libertad que antes, el amor es el amor y el deseo es un tranvía que nos lleva por los caminos más enrevesados hasta que descubrimos el que pensamos que será el paradero final. Con más libertad, las expresiones del ser sexual se van manifestando sin preocupación sobre los componentes de bisexualidad, heterosexualidad y homosexualidad que van pasando a ser categorías anacrónicas. En estos tiempos hay que tener conciencia que ese paradero final no debe ser la muerte sino la felicidad, parafraseando a Freud.