El turismo es la única industria que funciona en España. Quizás porque estamos acostumbrados a que el buen clima nos llena las playas, o porque la histórica pobreza de la península convierte a España en un destino asequible para los turistas del primer mundo sin necesidad de pisar el tercero.
En la industria turística trabajan miles y miles de personas que se esfuerzan en hacer bien su trabajo y conseguir que el buen sabor de boca del turista produzcan un efecto llamada en su círculo de amistades.
Sin embargo hay otro reducido grupo de gente que por exceso de avaricia o por falta de escrúpulos o de sesera, consiguen deshacer el arduo trabajo de los anteriores
A pesar de que siguen viniendo los “guiris” hay ocasiones en las que no se los trata como se merecen. Al fin y al cabo son los que ponen el dinero que no somos capaces de ganar de otra forma, por ello espero que en el caso de que llegue una repentina era glaciar aprendamos a vender polos de sabores o de lo contrario nos moriremos de hambre.
Sería deseable erradicar de la industria turística una serie de personajes que más que cuidar el turismo lo espantan, produciendo un daño que cuesta mucho dinero reparar.
Por suerte son pocos, pero no por ello hay que despreciar la capacidad destructora de un imbécil y habría que mitigar su impacto en el sector turístico. A este variada fauna se la puede calificar como los espanta turistas.
Una pequeña clasificación podría incluir a los siguientes:
El taxista ladrón. Dentro del gremio de los taxistas siempre hay algún listo que se quiere aprovechar de la buena fe y del relax del turista y nada más aterrizar en nuestro país le cobra más de la cuenta para que se vaya preparando de la cantidad de clavadas que le van a colar por el mero hecho de ser una persona confiada.
El restaurador estafador. Siempre hay alguien que llena su local ayudado de una banda de relaciones públicas muy pesados, que con la promesa de sangría, paella y “pescaito”, llenan las mesas de confiados turistas a los que les venden vino de tetrabrik a precio de Ribera de Duero, arroz pastoso como si fuera la afamada paella valenciana y pescado calcinado como lo último en gastronomía patria. Vamos que los que consigan librarse de la diarrea no creo que les queden ganas de volver de visita por aquí.
El gorrila coaccionador. Son en su mayoría yonkis, borrachos o vagos recalcitrantes, que te exigen unas monedas por “cuidarte” el coche. En caso de que no les des dinero ten por seguro que te llevarás un buen rayón en el coche. La policía pasa de estos maleantes porque saben que mientras los tengan entretenidos extorsionando a la gente no se dedicarán a robar, lo cual les obligaría a hacer papeleo. Los turistas no se atreven a enfrentarse a ellos porque normalmente el aspecto asusta.
El vende gritos. Los puedes encontrar en la playa, en la calle, en el mercadillo, merodeando cualquier punto de aglomeración de turistas y vende cosas, no sé muy bien qué porque gritan tanto que es complicado entenderles. El efecto habitual es huir de semejante e incomprensible estruendo. Supongo que sólo consiguen vender algo a quién se le hayan acabado las pilas del sonotone. Los pobres turistas no son capaces de escapar porque el sonido les aturde y se desorientan como las ballenas en mitad de una maniobras militares.
El masajista impertinente. Habitualmente son chinas que arrastran los pies por la arena de la playa para obligarte a mirarlas. Acompañan su paseo con su letanía “masásh, masásh, mashásh”. No te esfuerces en decir que no, dentro de un rato volverá a ofrecerte un masaje. Y si estás dormido conseguirá despertarte para ofrecerte el dichoso masaje. Pero no importa que no quieras un masaje, siempre te pueden ofrecer una felación sin importarle el qué dirán, probablemente porque no entienden el idioma.
El mirón reprimido. Los hay por docenas en cualquier playa. Como los cuervos en un cable de alta tensión se detienen a observar el paisaje de mujeres que toman el sol en topless. La sensación tan incómoda como la de estar pasando un tribunal médico, intuyendo que de un momento a otro alguno de los que observan va a darse cuenta de que padeces una extraña enfermedad incurable. En el caso de que la playa sea nudista, además suelen acompañar su insistente mirada de rítmicos toques de zambomba navideña.
El esparce basuras. Se dedica a sacar toda la basura de los contenedores para agarrar algo y revenderlo en mercadillos o en la chatarra. Tienen una habilidad increíble para sacar la basura, esparcirla como si hubiera explotado un camión de basura y aunque parezca increíble no la vuelven a recoger, supongo que para poder acordarse de que ya estuvieron ensuciando por esa zona. Conozco animales que también marcan su recorridos con excrementos, pero no solían habitar zonas turísticas. El músico sordo (animador socio cultural no solicitado). Suelen ser personas con problemas auditivos y en ocasiones con incapacidad para acertar con los agujeros o teclas del instrumento que aporrean para perpetrar temas cansinos y anodinos. No les importa que te vean rojo por la congestión de oír otra vez "los pajaritos", "que viva españa" o "reloj no marques las horas", incluso cuando el dueño del local pone un hilo musical elegante consiguen montar una cacofonía propia de una manada de chimpancés apedreándose con excrementos de ñu en las gónadas. Al finalizar su tortura tienen la osadía de pedir dinero por la actuación, creo que sacarían más recaudación si antes de ponerse a tocar pidieran dinero para no hacerlo. Las que te regalan una flor, romero o te echan la buena ventura Los guiris suelen caer incautos en sus redes y sueltan dinero con tal de que les devuelvan la mano y poder usarla para rascarse la barriga que es a lo que habían venido de visita.
El que escupe más que respira, iba a decir escupe más que piensa, pero es obvio. Lo raro es que no defequen también por la calle. Bueno, todo se andará. Con ejemplos así es muy fácil acusar cualquier industria hispana de falta de higiene.
La que tiene una hija sorda que se llama VANEEEEESAAAAAAA. La sordera de la hija es un claro mecanismo de defensa del que no dispone el resto de la humanidad que transita por la vida a menos de 300 metros de ese chorro de voz sin control, ni acierto. Y Movistar haciendo alarde de que tiene millones de líneas de teléfono, por favor, que le regalen uno a la niña (con vibrador) y otro a la madre (con silenciador).
El que se empeña en demostrar que es tan cerdo en la playa como en su casa. Suele llevar una sombrilla amarilla (en origen era blanca), se tumba a la sombra y a continuación se comporta como en su casa, dejando en el suelo latas de bebida, colillas, papeles, pipas y cualquier otro elemento del catálogo “El paraíso de la cucaracha 2011”.
El pedigüeño de terraza. En principio podríamos decir que es el que te pide un cigarrillo en la terraza en el momento que cometes la insensatez de poner el paquete de tabaco encima de la mesa. Si no le das tabaco te lloverán insultos. Si les das tabaco, adquieren confianza y a partir de ese momento te pueden pedir un euro para el autobús, dos euros para el tren, cinco euros para un biberón para su hija, para la operación de su abuelo, para irse de vacaciones a Ibiza…
Como les des algo a alguno, podrás comprobar cómo al poco tiempo se ha formado una cola de pedigüeños, como si regalaran iPads en la Fnac.
Pero como te descuides no podrás darles nada, porque en el descuido te habrán hurtado el tabaco, el móvil, el iPod, el dinero, la cámara de fotos, la de vídeo, las llaves del coche, la documentación y las ganas de volver a venir de vacaciones por España. De estos se libran los turistas que llegan con la lección aprendida y se toman toda esta jauría como algo folclórico típico de un país de juerga, toros, flamenco y alcohol. Pero que nadie se asombre si un turista algún día nos echa cacahuetes para agradecernos la calurosa acogida.
keagustitomedeao