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Las películas orientadas hacia los niños, adolescentes y jóvenes constituyen desde los 70 el bocado más suculento del cine comercial. Pero lo que más llama la atención es la aparición recurrente de temas inquietantes. Desde siempre, prefieren los géneros de terror, ciencia ficción, animación, con cuotas de humor negro, acción y apariciones de super héroes como los clásicos de los comics. Aparte de eso, remakes de viejos éxitos, además de secuelas con fórmulas seguras que probaron ser taquilla.
Un ejemplo de reposición es el caso de Jurassic Park 3D y de remake, la nueva adaptación de Carrie con Julianne Moore como la madre enajenada, que difícilmente supere la versión de Brian De Palma de 1976 con Sissy Spacek, siempre basada en la novela de Stephen King.
La reaparición de Superman en El hombre de acero, como símbolo de que el mundo precisa de líderes sobrehumanos que lo encaminen, mensaje al que ya estamos acostumbrados (y con el peligro político que eso conlleva) o la continuación de sagas, como Duro de matar, un buen día para duro de matar, con un Bruce Willis mayor, y justo en Moscú, para que Rusia reconozca que nunca supo el rumbo y admire a la súper-poderosa América para conducir el devenir humano.
Un papel parecido le tocará a Bruce Willis en G.I. Joe, donde debe enfrentar a un arma de destrucción masiva (capaz de destruir 14 veces a un país), activada desde satélites que circundan la Tierra. Remembranza del viejo estilo James Bond (Diamantes para la eternidad con Sean Connery, se las veía con un problema parecido, aunque pasó al olvido).
Lo que más llama la atención es el fenómeno de los zombies, a partir de la serie televisiva Dead Man Walking. No se trata de una guerra contra una civilización enemiga, terrestre o no. Si no, de enfrentar a nuestras propias víctimas y fantasmas.
El mundo amenaza con despedazarse y sucumbir a nivel global en un futuro incierto y vertiginoso. La oleada de muertes incontrolables, ¿no será una resultante de la escalada catastrófica y en crecimiento incontenible que estamos provocando, al no aceptar los límites planetarios?
¿No consistirá en tratar de salvar a nuestro mundo de nosotros mismos, nuestros peores adversarios, de nuestra insana estupidez, pasividad y codicia? ¿No quieren los zombies vengarse, devolviéndonos nuestra propia medicina, y convirtiéndonos en algo de lo que ya no hay retorno, para acabar con la Tierra tal como la conocemos?
En La guerra mundial Z o en la comedia de humor negro y semi-romántica, Mi novio es un zombie, intentan destacar los valores familiares y humanos en juego, y el derecho a sobrevivir de nuestros pequeños, nuestros propios hijos. Como intentar salvar a una sociedad descarriada.
¿No están denunciando la creciente deshumanización en aras de un sistema capitalista de desarrollo y consumismo que está acabando con todo? ¿No intenta la última comedia encontrar un mensaje de esperanza en un mundo que se descompone?
¿Y no es la saga de Actividad Paranormal otra forma amenazante de mostrar a muertos destruidos por las ambiciones de los vivos, ejerciendo poder e influencia maléfica sobre el mundo en que han perdido presencia?
En Después de la Tierra, ha desaparecido todo rastro de nuestra civilización y el planeta evolucionó en contra nuestra en estado de cuarentena, porque la naturaleza aprendió que somos sus peores enemigos, los únicos capaces de destruirlo y extinguirlo todo.
Es frecuente mostrar un mundo desolado donde las máquinas están pensadas para favorecer a unos pocos y terminar hundiendo en la miseria a la mayor parte de la humanidad. No sólo quitándoles trabajo y condiciones dignas de vida, sino también oprimiéndolos bajo un eficiente método de control social tecnológico, utilizando policía robótica y conectividad ultra-informática. Como si nos regresara a las épocas del despotismo ancestral y a la desaparición de toda democracia.
Así ocurre en Elysium (con Matt Damon y Jodie Foster), siguiendo la línea que presagiara Soylent Green, interpretada por Charlton Heston, aunque con otras soluciones. En este caso, los afortunados viven en una estación espacial. Y sus héroes precisan ser híbridos de humanos y robots para poder vencer, como ya se adivinaba en Blade Runner o Robocop. Son cyborgs. Deben revestirse con un esqueleto externo, al modo de las armaduras medievales. Como en la saga de Iron man, o con héroes mutantes en X-Men, o The Wolverine con Hugh Jackman.
Los Juegos del Hambre es otra trilogía publicada por Suzanne Collins, que vuelve a mostrar un mundo totalitario, mediático y violento, donde el control político se contrapone a los deseos personales, impidiendo la libertad individual.
En La huésped una guerra liquidó a casi toda la raza humana y nos convirtió en otra cosa. ¿En qué? Llegó todo a tal punto que nos desnaturalizamos y perdimos nuestra identidad como especie biológica. Clara resonancia de Soy leyenda, el cuento de Philip K. Dick (también interpretado por un Heston que revalorizó su carrera siguiendo los derroteros de la ciencia ficción). Es el mismo tema de Oblivion, Tiempo de Olvido, protagonizada por Tom Cruise. ¿La tecnología terminará con el espíritu humano? ¿Orwell en 1984 tenía razón?
En cuanto al terror, fuera de las burdas parodias de Scary Movie, se destaca la originalidad de La cabaña del miedo, donde se desencadena lo maligno sin control alguno. El Llanero Solitario intenta renovar a un género tan perdido como el western, con efectos especiales y un indígena que más que amerindio parece un brujo enmascarado por un toque estrafalario y posmoderno.
En tiempos difíciles se vuelve a creer en lo épico, mágico y legendario. Buen ejemplo de eso es Thor o El hobbit. Y las brujas de Hans and Gretel que comen niños, ¿no son acaso otra versión de espíritus diabólicos que deben morir quemados en la hoguera para expiar sus culpas en el infierno?
Al final es mejor creer que no todo es ciencia, sino puro magia. Aunque a veces se parezcan por el mero hecho de no poder comprenderla. La magia posee para el gran público una sugestión que la ciencia no tiene. Te otorga el poder sin condiciones, más la inquietud de lograr que la posea alguien que lo merece.
Muchas historias de Disney y Pixar remiten a esos cuentos de hadas escapistas, como Oz, el Poderoso (versión animada e híbrida con actores reales y efectos espectaculares), o The Croods, donde una familia de cavernícolas deja de resguardarse del exterior y descubre un mundo virgen, fantástico y pleno de maravillas, o La Universidad de los Monstruos, donde los monstruos (lo diferente) son adorables y divertidos y no siguen las convenciones habituales del género.
Sin olvidar a los niños-héroes, derivaciones de Harry Potter como Jack, el cazador de gigantes, dentro de un planteo ya delineado en la clásica novela Gulliver de Jonathan Swift, entre gigantes y liliputienses, o las aventuras de Percy Jackson en El ladrón del rayo.
Los efectos especiales creados por computadora se convirtieron, nos guste o no, en un nuevo protagonista de las películas. Los actores se ven supeditados a su impresionante incursión, a veces tan invasiva que se corre el riesgo de que queden menoscabados ante ellos, y apabullen y arruinen toda la historia. Su abuso o un enfoque equivocado pueden destrozar toda la producción.