Ayer, por estar haciéndole al albañil, me caí del árbol de limón del jardín, al intentar subir al techo…
No era la primera vez que me subía al techo escalando las viejas ramas del árbol, la variable fue un tabique suelto en la barda, que, al apoyarme en él, se soltó, perdí el equilibrio azote, literalmente como res.
Escuché un fuerte crujido, pensé que ya me había roto “algo”, afortunadamente lo que se escucho fue un tendedero que se rompió y al recuperar un poco la tranquilidad, me di cuenta de que me había clavado, literalmente, una rama entre la lonja y justo el lugar donde la espalda pierde su nombre.
Mente madres a granel: al árbol, al tabique, a la barda y a quien fuera que no pego bien los ladrillos de la barda, el dolor me puso furioso, pero me acorde que Mat estaba disfrutando la siesta vespertina y no quise hacer mas ruido, despertarlo y preocuparlo. Continúe con lo mío, revise la integridad del árbol y volví a trepar para (intentar) tapar la gotera de la cocina.
Herida de guerra pre-albañileada¿Qué aprendí de esto?
Pues veamos, aprendí que la vida te da golpes, justo en el lugar y en el momento en que los necesitas y que debo de comprar una escalera, a parte de impermeabilizar el techo.