Unos cincuenta años atrás el director del FBI, John Edgar Hoover, calificó al movimiento negro como la amenaza interna más grande para la seguridad de Estados Unidos. Bien entrado el siglo XXI, es un sheriff de Arizona, Joe Arpaio, quien aplica la misma doctrina contra los inmigrantes hispanos.
Entre 1956 y 1971, en el marco del COINTELPRO, el FBI abrió 295 acciones contra los movimientos afroamericanos. Arpaio, mal aprendiz de Hoover, exhibe la misma actitud hacia los hispanos. Al sheriff de Maricopa no se le quedan pequeñas las cárceles pues monta tiendas de campañas para que todos cumplan su condena. Los presos visten obligados ropa interior rosa y trajes a rayas.
Si el inicio de la segunda mitad del siglo pasado estuvo marcado por las reivindicaciones -a menudo sangrientas- de los afroamericanos en un sistema hecho por y para los blancos, los hispanos han tomado ahora el testigo. Reclaman su condición de ciudadanos, su cuota de poder en un país cuyo sistema político es incapaz de dar soluciones.
La gobernadora de Arizona, Jane Brewer, prendió con su ley racista la mecha de un nuevo movimiento civil. Y es que la comunidad hispana no va a detenerse en su empeño. Cuentan, de momento, con el apoyo del presidente Obama que no obstante es incapaz de aprobar una ley de inmigración que resuelva las reivindicaciones de la minoría.
Buena parte de la opinión pública se ha posicionado ya en contra de la ley de Arizona y miles de personas han mostrado su desacuerdo en sucesivas manifestaciones. La primera victoria de la comunidad hispana ha sido la suspensión de los artículos que incriminaban a los inmigrantes en la polémica ley. Pero sólo es un pasito en el largo camino que se presenta.
La batalla judicial provocada por la SB 1070 se alargará en el tiempo, cosa que aprovecharán los colectivos de inmigrantes para organizar la lucha por sus derechos. Una movilización al estilo de la Marcha de Washington y un líder como Malcom X o Luther King quedan aún lejos, pero el movimiento apenas ha dado sus primeros pasos. La aparición de un dirigente nacional y una organización fuerte son cuestión de tiempo si Obama no ataja la encrucijada.
La cuestión hispana puede pronto dejar de ser un problema electoral para la Casa Blanca para convertirse en la antesala de una revolución. Las pasadas exigencias de los afroamericanos nos recuerdan el poder de la organización civil.
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