Los industriales y su viveza criolla: ¿qué fue del sistema métrico?

Publicado el 05 diciembre 2013 por Perropuka


En estos días los productores de leche cochabambinos amenazaron con incrementar sus precios, porque según ellos, los forrajes se habían encarecido a consecuencia de que se los traía actualmente de Santa Cruz, cosa que ya no extraña porque los campos de alfalfa y maíz cada vez son más escasos, y en su lugar crecen urbanizaciones desordenadas sin que nadie le ponga coto. El “granero de Bolivia” quedó en el siglo pasado y en la espiga heráldica de nuestro escudo. Ahora el departamento cruceño es nuestra despensa y huerta, al paso que se seca el valle pronto será también nuestra granja. Todavía podemos presumir de nuestros pollos y vacas lecheras. Aunque ya no alcanza para el queso. 
Justamente a la vista de los lecheros marchando por el centro de la ciudad, acompañados de sus clásicos botellones de aluminio, pensaba en lo sacrificado que tiene su labor y en los precios miserables que las plantas industrializadoras les pagan. Este un país donde un litro de Coca Cola es más barato que uno de leche. Así, no extraña que los chicos corran con su botella retornable a la tienda del barrio para adquirir la gaseosa y para seguir inflando la barriga. Somos un país de enanos, con el peor consumo de lácteos  per cápita en Sudamérica. Todos los países civilizados subvencionan de alguna manera a los productores de alimentos tan básicos. Aquí preferimos dar bonos en efectivo a los niños dizque para erradicar el ausentismo escolar y no nos ponemos a pensar que el pobre rendimiento en los estudios se debe a la deficiente alimentación, entre otros factores. Es más rentable políticamente regalar migajas antes que emprender programas contra la desnutrición infantil.  
Que como sugería, los industriales son los grandes beneficiados del negocio, porque esa leche “natural y entera” la comercializan casi al doble de lo que pagan a los granjeros, luego de sacarle la crema, nata y suero, muy bien empleados para otros derivados. La leche llega a mi mesa más fluida que nunca. Negocio asegurado por doble partida. En cambio, no hay gran retorno para los productores primarios, acogotados por las deudas y por las condiciones precarias en que trabajan y crían a sus animales. Las vacas holandesas lo serán en Holanda. 
Así que la sola elevación de unos centavos por cada litro de lecha pura, aumentará el doble en el mercado final por cada litro de leche aguada o diluida. Muy avivados son los grandes empresarios que presumen de que hace tiempo los precios se han mantenido estables a pesar de la supuesta elevación de costos que con cara de afligidos justifican. Pero no estaban tan afligidos para seguir rascando en el bolsillo de los consumidores. El truco había sido disminuir el volumen o el tamaño de sus productos: hace unos años que mi litro de leche ya no es un litro entero. No todos lo hacen por supuesto, pero la todopoderosa PIL es la principal estafadora que en cada “litro” nos escamotea 50 c.c. aproximadamente. Y cuando uno va a la tienda no dice, deme mi leche de 946 c.c., desde luego. Obviamente, ellos adquieren de sus pequeños proveedores al litro exacto y son muy quisquillosos con las condiciones de la leche que reciben. 
Esta práctica desleal y engañosa ya es moneda corriente desde hace tiempo. Desafortunadamente, las autoridades del sector se hacen de la vista gorda. Cada empresa envasa según estima conveniente a sus planes. Pasa con varios productos de la canasta familiar: aceites, detergentes, lácteos, arroz, azúcar (de hecho, una marca presume en su etiqueta la leyenda “peso exacto”). Con el pan ya estamos acostumbrados a que periódicamente cambie de tamaño según las fluctuaciones del costo de la harina. Pero esto de las grandes industrias ya es un abuso descarado a vista y paciencia de los consumidores. Nadie se queja porque se sabe que la famosa Oficina del Consumidor no sirve para nada, salvo para llenar hojas de reclamaciones que luego irán al cesto de la basura. 

Para el "mercado interno" dosificamos como nos dé la gana



Como si no bastara que en los mercados populares, los comerciantes sean muy duchos en alterar sus balanzas (la intendencia municipal siempre está multando a los infractores y luego vuelven las mañas) y al mismo tiempo te digan con una sonrisa pícara, te estoy yapando caserito. Ahora la picardía criolla se ha incrustado hasta en las grandes industrias, que para disimular ponen en letras pequeñas la cantidad o peso real de sus productos, mientras la gente cree ingenuamente que se lleva su litro de aceite de toda la vida o su detergente de un kilo. Unos magos que se ríen en el sistema métrico y demás normas mundiales que nuestro Estado ha adoptado. Lo que me pregunto es por qué los organismos que conceden sellos de calidad, ISOs y demás certificaciones internacionales dejan pasar estos detalles a todas luces cuestionables.  Tal vez la honestidad y transparencia con los consumidores no sean requisitos importantes. Desde ya, animo a los inversionistas extranjeros que traigan sus negocios a este país desenfrenado, donde podrán hacer de las suyas impunemente. Que aquí le metemos nomás aunque sea inmoral, ilegal, engañoso, desleal, abusivo, o lo que ustedes quieran.