domingo, 22 de enero de 2017Cuando se acercaba el invierno, o sea, más o menos sobre esta época, había que empezar a poner remedio a los meses de frío que se acercaban. Y la primera medida que tomaban muchas madres era la de empezar a tejer jerseys de punto, que en casa no entraba como para poder gastarse el dinero en prendas de este género, o en realidad en casi de ningún género.Así, con este objetivo a la vista, lo primero que se hacía era poner en marcha la operación “madejas de lana”, que básicamente consistía en acercarse a Saldos Arias o a la planta de Oportunidades de El Corte Inglés, para hacerse con el botín de lana que hubiera más barato, fuera cual fuera el color y si el producto en cuestión garantizaba o no que a los dos días empezaran a salirle al jersey las poco estéticas pelotillas.Con tan apasionante aventura, uno rezaba para que, por lo menos, las madejas de lanabaratas no fueran de amarillo fosforito o de verde limón, algo esencial para evitar aquello tan engañoso en el colegio de “ande yo caliente, ríase la gente”.
Elegidas las madejas, y con la suerte de cara porque la correspondiente madre las hubiera comprado azules o verdes, el siguiente paso era desmadejar las madejas, es decir, convertir con paciencia aquellos manojos de lana en perfectos ovillos, que permitiesen llevar acabo con más facilidad la elaboración artesanal de o de los jerseys de aquella nuevatemporada de invierno. Y, claro, el desmadejamiento traía consigo pasar tardes enteras ayudando a mamá a desmadejar, sin poder salir a jugar, lo que para un niño de la época era un auténtico drama emocional.Pero, por fin, acabada la sufrida tarea del desmadejamiento, ya solo quedaba ponerse a hacer el jersey, con esa velocidad y pericia con la que casi todas las madres, o abuelas,de entonces manejaban las agujas de tejer, mientras plácidamente escuchaban la radio o veían un programa de televisión. Otra cuestión ya era si esa facilidad tejiendo permitía rizar el rizo; o sea, que el jersey hasta llevara cenefas o adornos de otros colores, lo que haría que, a pesar de tantas fatigas, uno luciría una prenda preciosa, y además calentita, que al fin y al cabo era el principal objetivo de todo aquel trasunto.[José Molina]