Autoridades de Odesur en Cochabamba (foto Opinión)
Que no se me entienda mal. A pesar de que el noventa y nueve por ciento de los cochabambinos celebran la gran noticia y se relamen de gusto -como si acabaran de zamparse el platito de la tarde-, yo no estoy para sumarme a la causa ni mucho menos para saltar de alegría: que no es oponerse por oponerse, ni mezquindad, ni envidia, ni mala leche, ni nada de que lo que aparentemente nos caracteriza a los habitantes de la región. Juraymanpis, en otras circunstancias yo sería el primero en aplaudir, pero ando mas preocupado porque no he escuchado ninguna voz disonante, ni siquiera de gente pensante. Tampoco se les puede pedir a las panzas satisfechas el noble ejercicio de la reflexión. Los estoicos no abundan precisamente en estas tierras de chicha y chicharrón, como alardeaba un alcalde de copetón.
Que si fuéramos un país medianamente ordenado y desarrollado como Chile -y la referencia no es gratuita, ya que Santiago es la sede de los próximos juegos Odesur en febrero de 2014- no tendría por qué despotricar contra la colosal suma de dinero que despilfarraremos en unos insulsos juegos regionales que nadie tira pelota, como demuestra el hecho de que Puerto de la Cruz (Venezuela) y Lima se hayan echado para atrás en sus postulaciones. Que las autoridades viajeras se traigan el cuento de que las dos delegaciones rivales declinaron en un gesto de simpatía y solidaridad con el “derecho de las naciones pequeñas a tener acontecimientos de gran magnitud” no se lo creen ni sus abuelitas.
Mucho se especula sobre la utilidad de que Qatar aloje un mundial de fútbol, pero en cualquier caso, es un estado que está podrido de petrodólares. Bolivia no puede darse el lujo de organizar ningún evento de similar naturaleza. No estamos para tirar la plata por la ventana cuando aún no hemos saneado las interminables necesidades que ya cansa de tanto mencionarlas. Quedémonos con la figura de que somos el país más pobre de Sudamérica y andamos ahí como zumbados dilapidando el poco dinero en actividades de dudoso beneficio para el conjunto de la población. Todo sea para el lucimiento del evanescente “Gran Jefe Indio Latinoamericano” que nos comanda y que nos ha de sacar de la pobreza con sus infumables canchas de verde esponja (la etiqueta es de un periodista español al servicio del gobierno cubano).
Me importa un rábano que la sede sea Cochabamba, como pudo ser otra ciudad boliviana. No me alegra en lo más mínimo que 500 millones de dólares (con seguridad serán más a medida que avancen las obras) se vayan a “invertir” en la región en la construcción de un estadio para sesenta mil almas, dos villas olímpicas, una piscina enorme, coliseos por doquier y demás infraestructura elefantiásica que luego de las competencias quedarán abandonadas al poco rato, como ha venido ocurriendo. ¿O me dirán que los cochabambinos abandonarán la cultura de la comida y de la farra por el olimpismo y otras actividades sanas? Que a partir de ahora tengamos representantes bolivianos en todas las disciplinas (cuarenta según los organizadores) pidió encarecidamente Su Excelencia. Seguro, seguro, yo mismo prometo comprarme una raqueta de bádminton o tanga de nado sincronizado. La experiencia de los Juegos Bolivarianos de 1993 es una muestra de sobra del estado de abandono en que quedaron algunas instalaciones construidas para el efecto. Por poner un ejemplo, a menudo circulo por cercanías del velódromo y allí no iban a ejercitarse ni las hormigas. Recién estos días lo limpiaron y le dieron una mano de pintura para mostrar al comité evaluador que llegó de Brasil. Que yo conozco muy bien a mis paisanos como para creer en el milagro de que abandonen las botas y cascabeles por unas zapatillas de atletismo.
Cochabamba pide a gritos un hospital oncológico (son penosas las condiciones con que funciona un pabellón improvisado en una casa vieja), además de un centro exclusivo para quemados (es terrible la cantidad de niños que semanalmente se queman con agua o aceite hirviendo ante el descuido de sus padres) porque me da vergüenza que cada cierto tiempo lleguen equipos de médicos voluntarios de Alemania o EEUU a efectuar “operaciones milagros”. Y las interminables colas de gente humilde que se arremolina ante la noticia nos retratan como un país miserable. En un documental reciente de la DW que hacía seguimiento a unos médicos alemanes llegados a Cochabamba se podía ver cómo nos trataban con mucha indulgencia, como si estuviéramos en África. Sin embargo, seguimos hablando de boca para fuera de dignidad, autosuficiencia y soberanía. Con unas inversiones estúpidas como el Dakar y esta reciente adjudicación queremos codearnos con los países desarrollados, como si eso, automáticamente nos catapultara a su nivel. La ingenuidad tiene fuerza de ley en un país elemental como Bolivia.
Cómo son las cosas, que precisamente estos días se paralizaron las obras del proyecto hidroeléctrico Misicuni, un caro anhelo que ya dura casi medio siglo y que tiene muerta de sed a toda la ciudad y los valles colindantes. Por falta de pagos a los contratistas, por malos manejos del consorcio responsable, por la insuficiente inversión, por la ineptitud de las autoridades locales, que ya no sabemos a quién creerle en este bochornoso juego de la pelotita en que han caído todos los involucrados. Mientras tanto, toca joderse como siempre y aplaudir casi anonadados la fulgurante noticia de que somos los elegidos para convertirnos en la nueva Olimpia del cono sur. Ah, otro de los proyectos visionarios de S.E., que sueña con que nuestro país se llene de medallas de hojalata y qué mejor que ser el artífice para ello, tal como aseguraron sus cortesanos orgullosos. Los Juegos Plurinacionales quedaron chicos, aunque lleven su nombre. Ni hablar de los milloncitos que irán a parar a manos de funcionarios que ya empiezan a afilarse las uñas con semejante golpe de fortuna. Que nos conocemos muy bien.