Hoy no vamos a hablar de política ni se seguridad ni temas similares. Tampoco del partido de ayer, esa noticia está disponible en todos lados y seguirá estándolo.
Hoy solo vamos a hablar de cosas y a ver donde nos llevan.
Estuve revisando mi biblioteca y no encontré ningún libro para describir lo que habría de escribir hoy. Recuerdo aún cuando con 12 años, tomaba yo los 1,500 volúmenes de la biblioteca de mi papá, los ponía todos apilados en el piso y los reacomodaba. Cada vez que hacía eso, aparecía un nuevo libro, nuevo para mí, pero ya viejo en el grupo, que me llenaba durante uno o dos meses. Después a iniciar de nuevo.
Un buen día – o malo, para la Santa Inquisición – encontré un pequeño librito que se titulaba ¿Puedo Leer lo que Yo Quiera? Y ese título cambió mi forma de leer y aceptar otras manera de pensar. Nunca leí aquel librito, sólo tomé la decisión de leer lo que yo quisiera.
A partir de ahí leí el Quijote, la Biblia (completa, de principio a fin), Sueño de una noche de verano y todas las obras de Julio Verne. Después seguí con la literatura juvenil que no era para mí y devoré Mujercitas y lloré con Papaíto Piernas Largas. Ya en esos menesteres, me dediqué a la investigación y al uso de la materia gris junto a Sherlock Holmes y Hércules Poirot, con quien me sentí más identificado por ser aparentemente, menos petulante que el inglés. Poirot pensaba y observaba todos los detalles, mientras Sherlock tenía respuestas increíbles como saber la marca del cigarro por el tipo de ceniza. Poirot sería en nuestro días como Shawn Spencer de la serie Psych, pero sin el humor del siglo XXI. Sherlock sería quizá como Genaro García Luna.
Decidido a leer lo que me viniera en gana e inspirado por un libro que nunca leí, traté de descifrar los Versos Satánicos y el por qué de la persecución a su autor. Aproveché la explicación de Carlo Coccioli sobre los versos y quedé un poco confundido. Decidi leer el Corán y lo leí completo tratando de entender.
Cansado de pensar y tratar de entender el mundo me refugié en las novelas light pero con algo de historia. Así fui al origen de Japón con Shogun y la negociación inglesa con Honk Hong en Taipan y La Casa Noble.
Me regalaron un día un libro llamado “Mexico: un paso difícil a la modernidad”. Fue el primero y último libro escrito por políticos que he leído. No porque no pueda, sino porque no quiero. Y como decía el título del pequeño libro, puedo leer lo que yo quiera – y no leer lo que Yo no quiera.
Antes había pasado por todos los libros de Luis Spota, que causaron gran impresión en mí. También el Taco de Ébano de un escritor argentino que resulta que es pariente mío. Lejano, pues estaba en Argentina.
Tenía mi papá en su biblioteca un lugar especial con mucho libros de don Roberto Blanco Moheno. Siempre me llamaron la atención, pero por el cuidado que les daba mi padre, no me atrevía yo a tocarlos. Leí mucho sobre él, conocí a su hijo Roberto y a sus hijos y finalmente mientras la casa estaba vacía, los tomé, los guardé y pase 6 meses leyendo todos esos libros. Literatura extraña y real, que te llevaba a reir, sufrir y morir con los protagonistas que parecían reales. Leí a Carlos Fuentes y me reservo mis comentarios.
Entre los títulos condenados estaba Mi Lucha de Hitler y otros similares que merecerían mi excomunión, si no estuviera ya excomulgado.
Para terminar esta historia egocéntrica de lecturas pasadas, recuerdo el libro de Gutierre Tibon – Historia del nombre y la fundación de México – donde dice: “En el juego de pelota había un personaje que correspondía al caballero águila del ejército: el mexicatlachcuauhtli – pelotero águila – consagrado al sol”.
Bueno, hablando de cosas y libros, el futbolista que llevo dentro ganó y regresamos al tema de hoy en todos lados. Vaya entonces para terminar un reconocimiento a todos esos peloteros águila que ganaron ayer. Y que convencieron. Y esto que resultó ser un homenaje, se lo debemos a un libro que nunca leí.