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Los no-conocidos.

Publicado el 26 febrero 2010 por Anveger

Hoy me he vuelto a perder en el inmenso jardín de mis libros y ojeando uno de ellos me ha envuelto una agridulce melancolía.

En el último apartado de mi estantería, el más alto donde tengo a los poetas, elegí uno de mis libros favoritos de poesía Libro de oro de la poesía en lengua castellana pero en lugar de buscar ,entre su mas de 900 páginas, a los grandes (Quevedo, Lope, Garcilaso, Darío, Machado, Lorca…) decidí sumergirme en el mundo de los no-conocidos.

Los no-conocidos son aquellos poetas que pasan sin un nombre a la historia, aquellos de quién nadie nunca ha oido hablar. Pero sin embargo un soneto suyo puede confundirse a veces con uno del mismísimo Góngora. Cada vez soy mas adicto a estos no-conocidos, empezé a leerlos un poco por curiosidad, por ellos mismos. Pensaba en las horas que  habrían estado perfeccionando cada punto, cada coma del poema para conseguir lo que querían trasmitir, la ilusión con la que estos no-conocidos leyeron el poema recién acabado pensando que alguien algún día, los leyera y su nombre quedase escrito junto a los maestros del oficio. 

Dos de estos no-conocidos me han enamorado de su pluma, por estas delicias:

Metamorfósis.

Era un cautivo beso enamorado
de una mano de nieve, que tenía
la apariencia de un lirio desmayado
y el palpitar de un ave en la agonía.
        Y sucedió que un día,
        aquella mano suave
        de palidez de cirio,
        de languidez de lirio,
        de palpitar de ave,
se acercó tanto a la prisión del beso,
que ya no pudo más el pobre preso
y se escapó; mas, con voluble giro,
huyó la mano hasta el confín lejano,
y el beso que volaba tras la mano,
rompiendo el aire, se volvió suspiro.

Este madrigal romántico pertenece al poeta mexicano Luís Gonzaga Urbina, que pese a ser uno de los grandes de México de poco puede ser familiar el nombre a cualquiera que no tenga conocimientos avanzados de literatura.

Nace el sol derramando su hermosura,
pero pronto en el mar busca el reposo,
¡oh condición instable de lo hermoso,
que en el cielo también tan poco dura!

Llega el estío, y el cristal apura
del arroyo que corre presuroso;
mas, ¿qué mucho, si el tiempo, codicioso
de sí mismo, tampoco se asegura?

Que hoy eres sol, cristal, ángel, aurora,
ni lo disputo, niego, ni lo extño;
mas poco ha de durarte, bella Flora;

que el tiempo, con su curso y con su engaño,
ha de trocar la luz que hoy te adora
en sombras, en horror y en desengaño.

Este soneto pertenece a Diego de Torres Villarroel, otro nombre perdidos entre los años. Pero si me impresiona este poema es por algo, no sé si tendrá algo que ver o no pero ¿no tiene un inmenso parecido con éste otro de Góngora? casualidad o no, si es cierto que era un aférrimo admirador de Quevedo, por lo que dudo que sea precisamente el cordobés fuente de su inspiración. En todo caso, sobresaliente.

  Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

  mientras a cada labio, por cogello.   5
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:

  goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada   10
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

  no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
   Góngora.

Seguro que tras estos no-conocidos, habite la esperanza de un joven poeta que aspira a dormitar algún día entre las miles de páginas de una antología poética, aunque solo sea un no-conocido. Psametiko.



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