Entrada programada
Los brillos en los ojos de Carla, se los sabía de memoria. Era tanto rato el que pasaban mirándose, y casi no pestañeaban, que había podido contar cada una de las rayitas de verde que había sobre el fondo azul de su iris. Si hubiera podido, habría medido el diámetro de su pupila, ese punto negro que se contraía y se expandía. Desde ahí dentro, los ojos de Carla se magnificaban, se hacían grandes. Y él se la quedaba mirando hasta que ella se marchaba, tras soltar un poco de comida sobre el agua. Entonces el boqueaba y aleteaba hasta llegar a su sustento, deseando que un día Carla se hiciera diminuta y pudiera irse a vivir con él a la pecera.