El ambiente está cargado de humo y el olor a sobaco y pedo complica sobremanera la tarea. “Una partida más” –piensas ilusamente-, pero se acerca tu toque de queda y no vas más que por la cuarta pantalla. Dos desconocidos te observan en silencio por encima de los hombros, la emoción y el miedo se aúnan en un mismo sentimiento que te hace pensar que hoy saldrás a hombros de allí tras completar tu hazaña, lo que provoca un movimiento en falso que te hace una vez más caer por el precipicio y desperdiciar tus últimas 25 pesetas. Un día más, te quedas a dos pasos de Death Adder, con ganas de más y los bolsillos vacíos. Pero no pasa nada, ¡mañana será otro día!
Los recreativos Pepe y los salones de barrio:
Mi primer contacto con los salones recreativos tuvo lugar en uno de los lugares potencialmente más peligrosos de la periferia de mi barrio. Si bien lo tenía relativamente cerca, mis padres me prohibían salir de los límites de mi urbanización, por lo que mis visitas resultaban ser un terrible acto delictivo para ellos, aunque infinitamente compensado por los placeres y experiencias que allí podía experimentar.
En los recreativos Pepe la selección de macas no era nada del otro mundo. Mucho cps-1 y clásicos imperecederos imprescindibles para no crear algún tipo de disfunción mental en el desarrollo de cualquier jugón que se precie: Rygar, Snow Bros, Tetris, Toki, Double Dragon, Joe&Mac y algún juego picarón en plan Gals Panic o el de billar en el que se te despelotaban las rivales, donde de vez en cuando podías ver una teta y ya no te ibas a casa de vacío.
En aquellos tiempos chupé muchísima rueda como espectador, que es la mejor forma de divertirse y no estar fuera de lugar allí con el mínimo gasto económico, pudiendo echar la tarde con 10 míseros durillos. Mi humilde posición en la escala social me impedía llevar a cabo ciertas prácticas, pero el “tío, te paso el monstruo” estaba a la orden del día, y resultaba frustrante y acojonador el hecho de que un maromo de tez oscura y pecaminosos tratuajes se te ofreciera para matar a Sagat. Y es que había que tener mucho cuidadín con las junteras que uno tenía por ahí, y se recomendaba asistir en grupo para minimizar riesgos. Los recreativos siempre han sido los guetos del barrio por antonomasia, y al menos en el lugar que menciono, la ludopatía no era el único vicio que se estilaba en la trastienda del recinto. Eso sí, en el quiosquillo anexo que tenían montado los dueños te hacían unos bocatas de chorizo que quitaban el sentío.
“Canío, el otro día casi me cargo a mister Binson!”
Aquí en el sur no había tanto heavie y bakala como en otros puntos de la península, y la especie más extendida a este lado de Despeñaperros era el llamado “chusmón” ataviado con su chaqueta bomber y sudadera Bad Boy, que años más tarde pasaría a denominarse “cani”. Este sector poblacional, aunque ignorante por naturaleza, tenía un gran apego por el ocio electrónico, y además de poblar los salones con asiduidad, levantaron las ventas de la Megadrive y años más tarde sendas primeras Playstation al estrellato entre la plebe jugona de medio pelo. Y eran los que montaban las marimorenas siempre, los que rompían el mueble del pinball, dejaban chicles y colillas en el cabinet y podían llegarte a echar a perder la tarde por una mala mirada por nuestra parte o una negativa a echarse “un doble” con él.
Pero qué narices, todas estas movidas nos hicieron aprender a subsistir, y como digo, pocas cosas hacen más madurar a un chaval que un salón recreativo de barrio. No como ahora, que ha cambiado el cuento y lo que ves es a críos paseando con sus padres por ahí sin apartar la vista de su PSP o DS totalmente absortos y ajenos a la realidad. Una hostia le metía al niño. Y dos a los padres.
El Crystal room, los centros comerciales y las nuevas máquinas:
No me llegó a quedar muy clara la procedencia de esta franquicia recreativa, pues si la memoria no me falla, estos recintos que se encontraban en varios centros comerciales de mi ciudad se denominaban “Sega Crystal Room”, y cierto es también que allí pude ver por primera vez títulos como Virtua Cop, Sega Rally o Daytona USA, pero he intentado buscar información al respecto y no he llegado a dar con la tecla.
El caso es que tras una infancia dedicada íntegramente al ocio y despiporre sanote de cualquier mozalbete, comencé en el instituto, que me pillaba algo más lejos y mi radio de acción se vio inevitablemente ampliado. Los primeros mamoneos con las zagalas me hicieron ser consumidor activo en centros comerciales, sucediéndose las tardes de cine y McDonalds, que siempre fueron aderezadas por visitas a los recintos antes mencionados. Allí pude trastear con lo que empezaba a estar de moda por aquel entonces, la interactividad física con los juegos. Desde las pistolas de los títulos de Sega antes mencionados hasta simuladores de skateboard, conducción de todo tipo de vehículos, o por nombrar algún sinsentido de los muchos que surgieron con esta moda, aquella máquina en la que ibas dando pedaladas a una bicicleta para mantener en el aire un artilugio volador que recogía globitos.
“El salón arcade de Michael Jackson, se puso blanco de tanto jugar (risas!)”
Aunque eso de pagar 20 durazos por una experiencia de escasos minutos no hacía mucha gracia, esta práctica formaba parte del aprendizaje e instrucción del gamer moderno, y es que había que ir buscando cosas nuevas para atraer el personal en una época donde la potencia de las consolas de sobremesa se acercaba peligrosamente a la de las placas arcade, aunque muchos ya veníamos de vuelta con estas cosas y esta interactividad nos era más que familiar desde que nos montábamos en aquella moto blanca con quemaduras de cigarracos por todos todos lados del Hang On.
El Vips, las pellas en el instituto y el principio del fin:
Y es que antes de que se formalizaran las leyes que impedían la apertura de salones recreativos en las cercanías de colegios e institutos todo era más bonito. Cuantas pellas/piardas/campanas habréis hecho todos con tal de echar unas partidillas en vez de soportar esa clase de historia que siempre tocaba a última hora y que casi parecía que la ponían ahí por joder y hacer más dramático el tiempo de espera para volver a casa. Pues el caso es que tenía no uno, sino dos salones a menos de 100 metros de la puerta del instituto, y bastante bien surtidos, todo sea dicho. No te digo ná y te lo digo tó.
“Esquemático de por qué me quedó historia para septiembre”
Estos fueron, sin duda, los mejores tiempos que he vivido en mi estrecha relación con las maquinitas. Entre una cosa y otra pasaba casi todo el día metido en el instituto mañana y tarde, por lo que solía aderezar la jornada con unas buenas partidejas al Ridge Racer o al Tekken 3, siendo este último el más jugado del salón con diferencia, ya que al igual que su posterior port a Playstation, se podían desbloquear personajes, pero al apagar la máquina se reseteaba el sistema y había que empezar de nuevo, así que cada día suponía una maratón entre todos los alumnos del instituto para turnarse pasándose el juego con todos los personajes y hacer seleccionable a “un médico viejo que va borracho y se cae al pegar”. Y es que el doctor Boskonovitch era toda una leyenda urbana en el patio de recreo.
Subiendo un poco la calle teníamos otro salón, que casualmente estaba frente a la entrada de otro instituto colindante al mío, y que dada la escasa cadencia de actualización de sus máquinas, quedaba como zona de entretenimiento secundaria para la mayoría, no así para los verdaderos gourmets del ocio electrónico, ya que la práctica totalidad de las máquinas tenían montado el hardware del MVS, o lo que es lo mismo, juegos de Neo-Geo a cholón. World Heroes, distintas entregas anuales de los Kof, los inevitables Metal Slug y el resto de imprescindibles de la plataforma estaban allí presentes aderezados con futbolines y billares del pleistoeno. Mención especial para el Soccer Brawl, ya sabéis, aquel de fútbol futurista donde los jugadores iban armorizados y chutaban a puerta como si estuvieran entrenados por Roberto Sediño. Tal era la veneración por el juego que se realizaban ligas semanales con bote para el ganador, donde las apuestas y corrillos para visionar los encuentros eran la salsa de muchas tardes estivales.
“Cualquier tiempo pasado nos parece mejor”
Por desgracia, a finales de la década pasada entramos en el determinante periodo de la “generación Play”, y casi todos ya disfrutaban de ocio electrónico de calidad sin salir de casa jugando al Fifa 98 en su PSX chipeada, así que tanto el Vips como el resto de salones más viejos del lugar comenzaron a quedarse vacíos. La puntilla la puso la reforma de ley antes mencionada, que cada comunidad autónima administró de forma diferente pero que hizo que antes del cambio de milenio se fueran al garete la mayoría de salas, así que el Vips cerró, servidor terminó el bachillerato y con ello llegó el fin de una era.
Todos tenemos nuestro propio historial en esto de los salones arcade, y tras haber plasmado aquí algunas pinceladas de mis humildes vivencias, me encantaría saber cuales fueron vuestras aventurillas en estos antros de perversión que tanto nos definieron en tiempos pasados. ¿Alguien se anima?
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