Se me dobla, rebelde, el recuerdo,
vuela y renace del remanso oscuro,
como ojos de noche cerrada,
como olor a desayuno en casa,
al fuego del sol heredado,
y al chocolate caliente del hogar.
(Tras una gaviota va la barca,
persiguiendo puertos, acosando al mar,
zarpando de muelles de silencios,
desandando el andar del tiempo)
Vuelven…
como se viene de golpe el amanecer
en los picos de las montañas,
imperceptiblemente, leves, lentos.
Vuelven imitando el eco del alma
en el zumbido de las venas.
A veces los recuerdos suben
y son pájaros dibujando en los árboles
lunares de sombras,
otras, semejan estatuas de nubes
erguidos, incólumes, indóciles.
Es la hora, entonces,
en que los relojes son tumbas
que giran hacia la eternidad
infinitamente cerca,
y otra vez zumban
como moscas dolientes.
Son los recuerdos de siempre,
son sombras inquietas,
la niñez, la infancia, y todo el amor…
son fantasmas ávidos,
voraces, disfrazados de presente.