Antes de la Revolución Industrial que se inició en la Inglaterra victoriana de la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX el mundo no se había visto afectado por el impacto contaminante de la acción humana. La polución generada hasta esa época se consideraba irrisoria. Y digo se consideraba porque es lo que se ha mantenido hasta la actualidad cuando una investigación ha demostrado que las burbujas encerradas en barras de hielo extraídas de Groenlandia muestran trazas sospechosamente altas de gases invernaderos desde al menos hace 2.000 años.
Célia Sapart de la Universidad de Utrecht (Países Bajos) lidera un grupo de 15 científicos de Estados Unidos y Europa que han certificado la presencia de metano en testigos de hielo de 2.100 años de antigüedad. Este tipo de gas aparece de forma natural en la atmósfera en pequeñas concentraciones pero cuando éstas son altas es debido a diversos factores entre los que se encuentran:
- Presencia de vertederos de considerables dimensiones por el aumento y la concentración demográfica.
- Ganadería a gran escala.
- Forrajeo y clareo de espacios arbolados para la agricultura intensiva.
- Escapes de bolsas naturales por la apertura de minas.
Todo ellos se encuentran directamente relacionados con el cambio climático y todos tienen sentido en el periodo de máximo esplendor romano sino antes.
Los científicos han basado sus investigaciones sobre el clima del pasado en muestras de hielo extraídas hace mucho tiempo y con unas técnicas que en su momento fueron pioneras pero han quedado obsoletas. Esta nueva investigación ha basado sus conclusiones en núcleos de hielo de unos 500 metros de largo extraídos de una zona de Groenlandia dónde la espesura del hielo alcanza 2400 metros y se ha formado por capas de nieve que se han acumulado durante los últimos 115.000 años.
El objetivo inicial de esta investigación era saber si en los períodos cálidos de los dos últimos milenios se habían incrementado los niveles de gases no extraños en la atmósfera para así aventurar como en futuros periodos cálidos (actualmente nos encontramos en uno frío en los compases de transición a uno caliente) podrían aumentar los niveles de metano en la atmósfera, acelerando de ese modo el cambio climático ya de por sí muy vitaminado (que no creado) por nosotros.
Los investigadores vieron que las concentraciones de metano habían ascendido pero no al ritmo ni coincidiendo con los períodos cálidos. “Los cambios que observamos debían proceder de otra cosa” según Sapart.
Esa “otra cosa” resultó ser la actividad humana, sobre todo la metalurgia y la agricultura intensiva que alrededor del 100 ANE experimentaron un crecimiento significativo. Además, los romanos estabularon a los animales domésticos en granjas muy concentradas y especializadas que aumentaron la cantidad de excrementos y por lo tanto la emisión de gas metano. Al mismo tiempo, en China, la dinastía Han expandió los campos de cultivo de arroz que, como ahora se sabe, albergan bacterias productoras de metano. En ambos imperios se vio incrementada la producción metalúrgica, tanto para armas como para objetos suntuosos y de moda.
Tras el declive de estas civilizaciones, las emisiones disminuyeron brevemente. Después, a medida que la población mundial crecía y el uso de la tierra para la agricultura aumentaba para dar salida a la presión demográfica, el metano en la atmósfera se fue incrementando gradualmente. Entre el año 100 y el 1.600 la presencia de éste gas en la atmósfera creció del orden de 31 millones de toneladas por año. Según los datos más recientes, sólo los Estados Unidos generan 36 millones de toneladas cada año. Con una simple regla de tres podemos intuir los efectos de tales emisiones en el presente y en el futuro.
“Los datos analizados del núcleo de hielo muestran que, ya en época del Imperio Romano las actividades humanas emitieron metano suficiente para tener un impacto significativo de su porcentual aumento en la atmósfera” comenta Sapart. A pesar que tales emisiones no eran lo suficientemente altas para alterar el clima, dice, el descubrimiento de que la humanidad estuviese alterando la atmósfera a escala global en épocas tan tempranas ha sido “realmente sorprendente”.
Otro punto de estudio a tener en cuenta sobre la contaminación en la antigüedad es el impacto de la guerra que ha sido objeto de mucho debate pues se desconoce el efecto real y la devastación que puedo llegar a tener.
A la espera de su constrastación con la toma de otras muestras de núcleos de hielo en otros lugares, tan extraordinario descubrimiento va a obligar a los investigadores a replantear sus predicciones de como las emisiones de metano del futuro afectarán a nuestro clima dado que antes no se tenía en cuenta que la proporción de este gas en la atmósfera se haya visto alterada “artificialmente” por la actividad humana desde hace tanto tiempo. Lo común era considerar todo lo anterior a 1.750 “natural” así que las líneas básicas de todas las teorías a este respecto tienen que ser reconsideradas, y tenemos que retroceder mucho más en el tiempo para ver cuáles eran las proporciones reales de metano en la atmósfera antes de que la humanidad se viese envuelta en su “producción”.
De hecho, y si bien es cierto que la coincidencia de dos de los mayores imperios que ha conocido la humanidad -romano y chino- no se produjo hasta hace 2.000 años, me atrevería a decir que la actividad humana es fácilmente rastreable al analizar las proporciones de metano en la atmósfera incluso antes de esta fecha. Civilizaciones como la mesopotámica o la egipcia no tuvieron un impacto tan radical pero sí prolongado. Quizás éste sea el motivo que no permita apreciar las alteraciones en un núcleo de hielo (pues se camufla con las emisiones naturales) o quizá no han ido más atrás en el tiempo porque no era el objetivo de su estudio. Es algo de lo que me queda duda y no se encuentra recogido en este artículo que hoy os traigo traducido.