Nunca imaginé lo intenso que puede ser el frío en las madrugadas.
Era muy temprano, cerca de las 5:00 a.m. cuando el viejo auto de mi amigo entró en aquella extraña calle. No había un solo carro estacionado y eso la hacía particularmente desolada; Un grueso camellón partía por el centro la callejuela y tanto ahí, como en las aceras de ambos lados, había una fila interminable de Sauces curiosamente frondosos para estar a finales de diciembre.
El auto finalmente se detuvo frente a una casa exactamente igual a las demás y él apagó el motor:
-Saca el paquete y ponlo ahí. Me dijo señalando una reja blanca enfrente de nosotros y alcanzándome las llaves del carro.
Cuando abrí la portezuela, él me tomó por el brazo y con la voz aun más leve me recomendó que no abriera totalmente la cajuela.
-Sólo hasta la mitad, no más y no hagas ruido.
Para ese momento, tanta recomendación me había puesto a la defensiva, bajé descpacio y con ansiedad eché un vistazo a la calle. Todo estaba tranquilo, no se escuchaba absolutamente nada; Aquel frondoso follaje se mecía suavemente con el helado aire de la madrugada y parado ahí, noté que la hilera de Sauces era interminable, estaban perfectamente formados en tres inmensas filas, una al centro y dos más, una a cada lado de la calle. Las largas ramas colgaban justo por encima de mi cabeza.
-Seguramente por esto me dio la recomendación de abrir la cajuela sólo hasta la mitad. Para no rayarla con las ramas. Pensé.
Metí la llave en la cerradura y cuando levanté el compartimento, éste se me escapó de las manos debido a la fuerte brisa que soplaba. Intenté detenerla, pero la cajuela golpeó el árbol que estaba justo encima del automóvil. Con la mirada acompañé el movimiento de la rama sacudiéndose y como si el tiempo se hubiera aletargado y los segundos duraran horas, descubrí un par de ojos amarillos que se encendieron como una antorcha a la mitad de ese vaivén, a esos ojos siguieron otros y en una escalofriante reacción en cadena, miles de miradas se posaron en mí. Instintivamente volteé al otro lado de la banqueta y vi como se desvanecía en segundos el abultado follaje de todos los Sauces de la calle. Nunca hubo una sola hoja en las ramas.
El frío de la madrugada se acentuó y el ambiente se llenó con el sonido de cientos de alas que se batían en el viento mientras una inmensa nube de murciélagos chillaba furiosa abalanzándose sobre mí.