En
un tiempo y un lugar en los que ser mujer era siempre una condena, una muchacha
pobre y poco agraciada se sobrepondrá a su destino.
Ambientada en el Japón del siglo XVIII,Los tres secretos del Samuraicuenta la historia de Tomiko, quien, siendo apenas una
adolescente, marcha de su casa con el propósito de librar a su hermana pequeña
de un matrimonio de conveniencia con un hombre aborrecible.
En su camino, la muchacha encuentra a seres mágicos
que deciden ayudarla, aunque no a cambio de nada. Para salvar a su hermana, la
muchacha decide ponerse
a su merced, renunciar a su identidad y convertirse en
Susanô, el samurái del dragón. Como guerrero, Tomiko vivirá innumerables
aventuras y conocerá a dos hombes que marcarán su destino: el valiente Shuzai y
Hanzaburo, el hijo del zorro.
Como hemos
podido leer en la sinopsis, la historia que se nos cuenta es la de Tomiko, la
de Susanô, pero también la de todos los personajes que se cruzan en sus vidas,
citando al propio libro, como afluentes al Río de la vida.
Lo que más
llama la atención, y que también hemos podido ver en varias películas
asiáticas, es que el tiempo no se mide como en Europa. Desde el principio de la
historia vemos que se nos habla del paso del tiempo por hechos como ser la
temporada del arroz o por ser la hora de la rata, del buey, del
tigre...Informaciones que, al menos en un principio, nos son completamente
imposible de descifrar, puesto que no estamos acostumbrados a su utilización y
no es hasta que avanzamos en la lectura que podemos ir haciéndonos una idea de lo que significa cada
expresión, de manera que nos podemos situar correctamente en el tiempo, hasta
el punto de no necesitar pararnos a pensar a que hora o momento del día se
refiere.
Otro
aspecto que me ha llamado la antención es el hecho de que la novia utilizara el
color blanco para casarse, puesto que en Asia este color es utilizado para el
luto. También es cierto que a lo largo de la novela se nos da esta información,
es decir se nos dice que dicho color es el utilizado para el luto.
Los dioses
y las criaturas mágicas son una parte muy importante de la novela, al igual que
lo eran en la cultura asiática. Ayudan a la protagonista, pero a la vez son su
maldición. Al hablar de esto también es importante mencionar el hecho de la
dualidad que se nos presenta en el libro entre el bien y el mal. Nadie es
totalmente bueno y nadie es totalmente malo. Simplemente son las propias
personas, en un momento dado, las que eligen qué camino seguir, actuando de una
manera o de otra. Ni siquera los samurais, personajes ilustres, admirados y
respetados, son enteramente buenos. Tomemos por ejemplo el bandido que asedia
los terrenos del primer señor de Susanô. Es considerado un perro, el mal
personificado, alguien que no merece absolutamente nada de misericordia, sin
embargo el protagonista puede apreciar que, al final, cuando ya ha sido
derrotado, sigue siendo, en el fondo, un samurai y muere como tal, sin
rechistar, sin intentar evitar su destino. Lo acepta y, por ese motivo, muere
con dignidad, al menos a ojos de Susanô.
A pesar de
ser un libro ambientado en Asia, podemos ver que también hay una serie de
rasgos europeos. Una suerte de influencias de nuestra literatura. Por ejemplo,
la descripción que se nos hace del que es el prometido de la hermana de Tomiko,
nos recuerda a El retrato de Dorian Gray, concretamente al cuadro mismo,
puesto que se nos habla de un hombre en cuyo rostro está representado el mal y
todos los vicios, una persona que vive entre, por así decirlo, el deshonor (lo
que aquí podría considerarse en cierta medida, el pecado) y la maldad. Una cara
llena de cicatrices que nos informan de su forma de vida, lo mismo que se nos
presenta en la obra de Oscar Wilde, salvo con la excepción de que en esta
novela dichos rasgos solo están presentes en el cuadro.
También
vemos influencia de la literatura grecolatina, puesto que en un momento de la
novela se nos presenta la historia de una muchacha cuya hermosura se ha vuelto
famosa. Cientos de pretendientes, llegados de todos lados, pretendieron tomar
su mano, pero al padre ninguno le parecía bien. Esto se puede relacionar con un
mito de la cultura grecolatina puesto que en una de las historias se nos habla
de un rey que, enamorado de su hija y queriéndola para él, decide poner un
acertijo. Solo el que lo resuelva será digno de su hija. Quien lo intente y no
lo consiga, será sentenciado a morir. Salvando las distancias, ambas historias
se parecen, por lo que hay una clara influencia.
En definitiva, es una historia bastante llamativa, de amor fraternal, una novela como pocas he leído. Un soplo de aire fresco y, por este motivo, creo que se merece la nota que le he puesto.