¡Qué bien!, me imagino que estaréis pensando; con lo maravillosa que es Madrid, con todo lo que ofrece. Esta habrá ido, supongo que os diréis por lo bajo, a ver un musical, a visitar alguno de sus museos, a dar un paseo por Fuencarral... Sí hombre...qué más quisiera yo: he ido a llevar a mi hija a un concierto de One Direction.Claro, con esta primera información, los contertulios que os pasáis por aquí estaréis divididos en dos grandes grupos: la gente que vive feliz y ajena, alejada del mundo hormonal de los adolescentes, y los padres, tíos y familiares de una generación de entre 10 y 20 años que anda bebiendo los vientos por estos chavalitos, más bien sositos en mi opinión, que las tienen locas.Mi historia, como la de los miles de padres con los que he compartido de una u otra manera el fin de semana, comienza hace ya meses, cuando en un alarde de generosidad le prometo a mi hija que si las notas son buenas, la llevo a ver a su grupo preferido. Como no podía ser menos, conociendo el carácter de la susodicha, apareció sonriente con un boletín en el que incluso pude ver algún "sobresaliente", calificación que no veíamos en casa por su parte, desde que hizo la entrada triunfal en el instituto.Pero falta otra evaluación, le dije en Navidad, confieso que con los dedos cruzados pensando que algún suspenso caería en la siguiente. Evaluación que coronó nuevamente con un 10 en inglés llegada la Semana Santa. Es decir, que haciendo gala a la promesa y con ganas de morderme la lengua con sangre por ser una bocazas empedernida, me monté el viernes en un tren, sabiendo que el fin de semana lo recordaría toda la vida. (Ella, seguro, pero yo también).
Los Uandi
Publicado el 29 mayo 2013 por Mamenod¡Qué bien!, me imagino que estaréis pensando; con lo maravillosa que es Madrid, con todo lo que ofrece. Esta habrá ido, supongo que os diréis por lo bajo, a ver un musical, a visitar alguno de sus museos, a dar un paseo por Fuencarral... Sí hombre...qué más quisiera yo: he ido a llevar a mi hija a un concierto de One Direction.Claro, con esta primera información, los contertulios que os pasáis por aquí estaréis divididos en dos grandes grupos: la gente que vive feliz y ajena, alejada del mundo hormonal de los adolescentes, y los padres, tíos y familiares de una generación de entre 10 y 20 años que anda bebiendo los vientos por estos chavalitos, más bien sositos en mi opinión, que las tienen locas.Mi historia, como la de los miles de padres con los que he compartido de una u otra manera el fin de semana, comienza hace ya meses, cuando en un alarde de generosidad le prometo a mi hija que si las notas son buenas, la llevo a ver a su grupo preferido. Como no podía ser menos, conociendo el carácter de la susodicha, apareció sonriente con un boletín en el que incluso pude ver algún "sobresaliente", calificación que no veíamos en casa por su parte, desde que hizo la entrada triunfal en el instituto.Pero falta otra evaluación, le dije en Navidad, confieso que con los dedos cruzados pensando que algún suspenso caería en la siguiente. Evaluación que coronó nuevamente con un 10 en inglés llegada la Semana Santa. Es decir, que haciendo gala a la promesa y con ganas de morderme la lengua con sangre por ser una bocazas empedernida, me monté el viernes en un tren, sabiendo que el fin de semana lo recordaría toda la vida. (Ella, seguro, pero yo también).