Hacer cola: Yo no se que pasa, pero en cuanto se convierten en jubilados les entran las prisas por todo. Si la cola es muy larga, ya lo empiezas a ver nervioso, y comienza con su estrategia para colarse. Empieza abriéndose por los flancos, como Fernando Alonso cuando mete el morro de su Ferrari para adelantar. Esto es la primera alerta, porque el ataque final se produce cuando van directos a la ventanilla, con alguna excusa para hablar con la que vende los billetes. “Oye, niña, el autobús para Valdepeñas ¿a qué hora sale?”. Aquí ya te han ganado la batalla, porque una vez que han cogido la posición no la sueltan y acaban comprándolo antes que tú. Bajo ningún concepto se te ocurra reprocharles nada, o empezarán a maldecir a la juventud en su totalidad.
El trayecto: Cuando van en grupo, da lo mismo que se sienten delante, detrás, juntos o separados. Ellos mantendrán sus conversaciones a voces igualmente. Esto no es del todo malo, siempre y cuando quieras ponerte al día de todos los entierros, bodas y separaciones de la comarca, con sus correspondientes valoraciones por parte de cada uno (al más puro estilo tertuliano de Sálvame). También puedes tener el premio estrella, y tenerlo justo a tu lado durante todo el trayecto. Si tu intención era echar una cabezadita, descártalo por completo, hay varios factores que lo harán imposible. Primero, suelen tener la costumbre de ir al supermercado del pueblo de al lado; así que no descartes un par de bolsas del “Maradona”, en las que siempre hay algo que desprende un aroma poco recomendable para un sitio cerrado. Segundo, si tienen algún nieto de una edad cercana a la tuya te empezarán a contar obras y milagros sobre ellos, acabando por sacar una foto de la cartera y diciéndote que haríais buena pareja. Tercero, como reciban una llamada al móvil ya te puedes poner unos buenos tapones, porque ellos no hablan por teléfono, vocean por teléfono. Cuarto, como en el viaje haya cualquier tipo de incidencia, no tardarán mucho en iniciar su sermón de lo bien que iba todo antiguamente y lo felices que eran; para terminar con las palabras mágicas “Con Franco no pasaban estas cosas…”.
Supongo que estas situaciones no le son ajenas a la gran mayoría de la gente, con mayor o menor frecuencia todos los hemos “sufrido” alguna vez. Sin embargo, no podemos quejarnos demasiado, que dirán esos albañiles, que los tienen la jornada laboral entera enfrente de la obra "comentando" las mejores jugadas.