He estado pensado en los viejos. El embarazo me hace tener presente que voy a morir un día; es un proceso que me "trae" al cuerpo, y con la materialidad del cuerpo, a la mortalidad. Así que he pensado en la muerte, y como quiero morir hasta que sea muy vieja, he pensado en la vejez.
Como decía, he estado pensando en los viejos.
Yo creo que hay que portarse bien con ellos, porque hay que portarse bien con todo el mundo, porque necesitan apoyo, por lo que sea... En el caso de "nuestros viejos", está lo que podamos deberles en una cuenta de amor; lo que nos sintamos motivados a amarles en un ejercicio de amor real: con actos; lo que nos sintamos llamados a hacer, según nuestras convicciones. Pero pienso que es especialmente importante que nos portemos bien con el "viejo desconocido", porque en este caso, los "extraños" tenemos una función social que equilibra la armonía universal, cuando estas personas no se han ganado una recompensa, o le ponen la tarea muy difícil a los que están cerca de ellos. Trataré de explicarme...
El viejo que está solo, puede estarlo por diversos motivos; a veces, simplemente, la situación se puso en contra; a veces han sido abandonados por sus familias. En este último caso, habrá gente malagradecida, pero también hay gente que tuvo que separarse de ese hombre o mujer que ahora está viejo, por salud mental, por una legítima búsqueda del bienestar. Porque hay gente a la que es necesario mantener lejos, así sean la mamá o el papá. No todas las experiencias con mamá y papá son buenas o regulares: hay unas malas, y otras terribles. Hay separaciones del padre o de la madre, que son necesarias, y el hijo o hija que logra rehacerse a sí mismo, y emprender su camino, no va a ponerse a buscar a ese padre o a esa madre, por el hecho de hacer el cálculo de que ahora él o ella tiene ochenta años. Qué bueno que lo hicieran; pero si no lo hacen, se entiende. Hay gente que se dedicó a fastidiar la vida de quienes estaban alrededor; hay gente que sin querer, se dedicó a estropear sus vínculos, y al final, están solos. Pero con todo lo que pueden pesar los años, ¿qué ganas de cargar sobre esa persona, el juicio por lo que hizo o no hizo? Como comprendo perfecto que los que sufrieron a su costa, no pueden o no quieren tener empatía y compasión por quien les hirió o les dañó, ¡para eso estamos los desconocidos!
Luego, están los viejos difíciles. Espero que se lea sin tono despectivo porque la frase solo tiene la intención de exponer una manera de ser, que existe. Creo que en la vejez se acentúan nuestras características, buenas y malas, y por tanto, la gente difícil se pone más difícil. ¡Y es que hay gente difícil! Así como hay niños con un temperamento conflictivo, hay ancianos que no tienen nada de dulce. A lo que ya traiga la persona, se le puede sumar la dificultad de tratar con la pérdida de capacidades cognitivas, y la dificultad de lidiar con las numerosas renuncias que suele tener que hacer un anciano, para empezar, la de su independencia. No es sencillo cuidar y atender a las personas mayores. Un día, esas hijas e hijos que aman a sus padres, se cansan de oír regaños y quejas, se cansan de la faena que es convencer a un hombre mayor de que se meta a bañar, y de hacerlo mientras todo lo demás sigue pasando en sus vidas. Estas hijas -porque las cuidadoras son casi siempre mujeres- se cansan, y endurecen el trato que dan a su persona querida. Entonces, el desconocido verá a una hija -o a un hijo, pues-, que apenas contesta con monosílabos al hombre mayor, que tan vulnerable se ve. Ese desconocido, que no ha tenido que rehacer sus horarios para traer al hombre a la consulta con el médico, sí que puede tener disposición para conversar con el viejo. Si lo hiciera sin voltear a ver al hijo/hija con cara de "mira, tu pobre padre, al que yo sí trato con decencia", estaría echando una mano, cubriendo una necesidad de la persona mayor, con la que el hijo/hija no puede ya. Podríamos ser buenos desconocidos.
Silvia Parque