Diez bromas sobre los "losters" (me lo acabo de inventar)
Los “distantes”, que no, que no ha sido para tanto, que donde estén The Wire y Los Sopranos que se quite tó; los incondicionales, en la misma rotundidad, obra maestra y punto pelota. Como siempre, como el contrario se crece, se le responde subiendo el tono subiendo... hasta verdaderas locuras. El Guionista Hastiado afirma que el final es reaccionario... ¡porque salen en una iglesia! Ahí me ha matado. ¿Quiere decir que el más allá es una preocupación derechista, antigua, anti-moderna?
Otro colega de bloguionistas, Chico Santamano, se ve indeciso y ambiguo, aunque le echa bastante gracia. Y se le cuela algo que quizá nos dé la clave.
"Como Sherezade en “Las mil y una noches”, cada vez me lanzabas una nueva historia."
Una nueva historia. Eso era lo fascinante. Unas historias raras, marcianas, y sin explicación clara. Qué demonios, sin explicación. Santamano lo compara con una mujer que te da largas. Pero, ¿que te da largas en qué? Quizá en eso tan adulto y maduro de "en qué acaba nuestra relación". Esperen. ¿Pero las relaciones acaban alguna vez, quiero decir, las que duran? La vida no tiene finales, tiene un final. Sin explicación.
Yo, desde ya, me mojo. Lost ha sido una de las series más originales, entretenidas, y profundas que ha dado la Historia de la Televisión. No comparo con ninguna. No atacaré a ninguna, para defender esta posición. Y parte de lo que afirman tanto Guionista Hastiado como Santamano y otros son argumentos comprensibles. Los respeto. No los comparto.
Me parece que las reacciones son, como mínimo, tan interesantes como la propia ficción que las producen, y apuntan, creo, a un cierto modo de consumir ficción muy patrio al que se le están saltando las costuras por varios frentes.
Uno es, claro, las ansias que tenemos algunos por otros géneros. En los anglosajones esto sería impensable porque ellos tienen a Bradbury, Dick, Tolkien, Ballard, Aldiss. Y tiene Doctor Who y Buffy, cazavampiros. Y Neil Gaiman. Y Alan Moore.
Nosotros tenemos a Galdós. Por partida doble. La "gran" serie de televisión es Fortunata y Jacinta. Eso es así, compadre. Nos pone la realidad.
Pero a los que hemos nacido ya más cerca de los ochenta, a los que leíamos Julio Verne o nos iniciamos con Stephen King y Asimov, esto nos sabe a poco. Nos hemos hecho adultos, y no hemos renunciado a los cómics.
Otra vía de agua que afecta a este barco hasta ahora tan sólido que era el realismo español (¿castellano?) son los posmodernos. Los que lo son con militancia. Como Alvy Singer. Como la generación Nocilla. Como Andrés Ibañez. Gente que valora Lost con una lupa mucho más compleja.
En el blog de Hernán Casciari, hay un entrada muy divertida sobre diferentes modelos de espectador de esta serie. ¿Qué pedimos de una historia? No lo sabemos. De verdad. Depende. De cada uno. Habrá estudios psicológicos y sociológicos, seguro. Pero no lo sabemos. Un guionista, yo mismo, dirá que son los obstáculos que se le ponen a un personaje en su camino hacia su objetivo. Sí. También.
Un crítico de cine del estilo de Cahier tal vez nos comente que una historia nos subyuga por el trasfondo, el “universo propio” que nos traslada un autor. Pues sí, también. Miren a Lynch.
Un tipo de espectador nos dirá que prefiere los personajes per se, si son creibles, fuertes, con matices. También. Nadie lo duda.
La ficción es muy jodida. En serio. Muy compleja. Por eso es tan complicado enseñar a escribirla. Una ficción son palabras, pero también son imágenes, y las imágenes… Ay, amigo, las imágenes van por su cuenta. Te abren la mente a otras realidades, que tienen que ver poco o nada con la razón.
¿Por qué Lost tenía las de perder desde un principio? ¿Por qué, en realidad, era imposible que contentara a todos? La ficción, ya digo, es muy jodida. Nos hemos acostumbrado a whodunnit, a esos finales que ya hacía Agatha Christie donde sólo al final nos contaban quién era el asesino. Y cómo había realizado su crimen. Y nosotros, pasan los años, y seguimos asumiendo este esquema, de la literatura de crímenes, de la literatura negra, después. Y hasta hoy. Miren CSI. Puede que no siempre atrapen al culpable, pero el espectador ve lo que ha sucedido.
Para un contraste, lean Night Train, de Martin Amis. Sin respuestas. No es fácil mantener ese argumento que corre por ahí de que eso de la posmodernidad es el invento de unos "guays intelectualoides".
Abres y cierras. “Nunca siembres nada que no tenga su correspondiente pay-forward”, te dirán y diremos los guionistas. Bueno, no es que seamos muy originales, no crean. Esto no lo inventó McKee o Syd Field. Lo hizo Chéjov. O, al menos, fue el primero que le dio nombre. Pero miren lo que encuentro por aquí. A veces, un clavo es un clavo, una isla misteriosa es una isla llena de misterios, y nada más. Y nada menos.
Si abres, hay que cerrar. Si creas expectativas, tienes que contentarlas. No, esperen. Pero ¿qué expectativas? Estos esquemas parece que siguen un impulso, digamos, de tipo racional. Ves u oyes algo en el transcurso de una ficción. Te excita y tu lógica te dice “quiero saber más”. ¿De veras?
A lo mejor no. A lo mejor el final de Lost nos ha despertado de un impulso que no era, en verdad, nada racional. Nada adulto. Y ahora, ahora sí, reaccionamos como los adultos harían: distancia, desprecio, paternalismo. Venga ya. Esto no es lo que queríamos. No nos han aclarado todas las dudas.
¿Pero queríamos saber?