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Nunca ha sido fácil llevar una vida de bohemio ebrio, pero es mejor distorsionar la realidad en lugar de afrontarla. Es difícil no influenciarse por las corrientes de los filósofos sin título que alardean de sus conocimientos. Son filósofos que aún no han visto el Sol y que siguen en esa caverna halagando al Dios del Fuego. Sus ojos siguen cegados por la desidia, pero arrastran masas de cadáveres hacia sus oídos. Cadáveres que se pudren ante discursos de políticos indecentes. Entonces, algunos nos damos cuenta de que poco a poco nos convertimos en tiburones muertos y engullidos por minúsculas rémoras. Nos creíamos superiores y bellos entre tanto infeliz, pero los infelices éramos nosotros y seguimos igual. ¿No recuerdas nuestras risas cuando bebíamos el licor de la alegría? ¿No recuerdas esos abrazos? ¿Ni las miradas? Después sangrábamos melancolía. Vivimos en un mundo feo cargado de paradojas y sinsentidos. Queríamos confiar en nuestras posibilidades, pero cuando nos dimos cuenta, nos abandonó hasta nuestra sombra. Nos hemos quedado desamparados en un techo sin fondo y un fondo sin techo. Vacío.
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