La Laie. Entras. Librería en el primer piso y cafetería en el segundo. Un desafío. Más tarde comprendes que todo es lo mismo, pero ahora no sabes qué está para tentar a qué. A veces he venido con la intención de comprar un libro y he acabado tomando un café. Otras he ojeado el café y me he bebido el libro. La mayoría de veces las dos cosas.
Si te sientas en la cafetería te dan una carta enorme, como tiene que ser, con una cita de Josep Pla: "...tot passava, aleshores, als cafès...". Me rindo al lugar. Alguien que pone a Pla en una carta, al lado de cervezas y bocadillos de fuet, merece incluso que le perdonen la insulsa ensalada de pasta que ofrece. El menú no lo conozco, pero lo que tienen para picar es un poco insulso. No importa, uno no viene a la Laie a comer, aunque coma. Tiene wifi, un par de enchufes muy buscados, mesas espaciosas y un patio cubierto. Sillas y esos bancos de madera que tanto me recuerdan el ir en un tren antiguo. Es 18 de julio, pero creo que Franco no se hubiese sentido bien aquí, rodeado de libros de rojos, verdes y amarillos. Un lugar de ciudadanos libres. Al fin y al cabo una librería es un lugar de armisticio.
Quizás de los que ahora estamos aqui nadie haya leído un libro en meses (bueno, yo sí), pero en la Laie de Pau Claris, te sientas, pides un café y se te pone pinta de lector. No de intelectual, de lector. No de Filmo, de laie. Luego salimos a la calle y nos mezclamos con la gente, pero por unas horas hemos sido un Julio, una Maga, o un Pla en un café de París.
La(i)educación social es saber disfrutar de sitios así.
18 de julio: ¡Viva la Laie!
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