Cuando la luna se encuentra en su fase plena y se desplaza por la sombra de la Tierra donde reinan la oscuridad o penumbra, y el azul y verde de nuestro planeta se ven relegados por el resplandor rojizo producido por el sol, circunstancia que no resulta frecuente porque la órbita satelital se encuentra inclinada, se produce un eclipse lunar que da lugar a la luna de sangre. A diferencia de lo que sucede con los eclipses solares que sólo son visibles desde algunos lugares de nuestro planeta, en el caso del eclipse de luna una vez que ésta se encuentra sobre el horizonte se puede observar el fenómeno, con matices, desde cualquier lugar del mundo.
La luna, vinculada desde tiempos ancestrales con las mareas y el poder femenino, ha ejercido una peculiar influencia sobre el inconsciente colectivo. La fuerza gravitatoria sobre el planeta como consecuencia de un eclipse puede producir alteraciones en las mareas con las consiguientes consecuencias; de ahí las leyendas y creencias sobre el fenómeno de la luna roja, sombrías producto del temor a lo desconocido o proféticas en cuanto al advenimiento de una nueva conciencia, según fuera la cosmovisión de las que provienen.
Así se encuentran referencias bíblicas que anuncian el fin del mundo por la asimilación del color del satélite al de la sangre: “…Y seguí viendo, cuando abrió el sexto sello se produjo un violento terremoto y el sol se puso negro como un paño y la luna toda como sangre…” reza el Apocalipsis de San Juan en el versículo 12 del capítulo 6. A contrario sensu, los mayas consideraban a la luna roja como predecesora de un nuevo ciclo en el que la humanidad, a partir del nacimiento de Muluc por la unión del sol y la luna, despertaría a una conciencia más amplia por la purificación de los instintos y la conexión con la energía amorosa femenina. La demonización de esta energía determinó la condena durante varios siglos de mujeres que por su presunta condición de brujas habrían empleado el poder de la luna roja para llevar a cabo sus sacrificios de sangre, según las crónicas de los sádicos inquisidores.
En nuestro país el eclipse apenas fue visible porque las condiciones climáticas no fueron propicias, salvo en la ciudad costera de Necochea donde las redes sociales registraron la fotografía del lejano plenilunio rojizo reflejado en el mar que ilustra este post, y que debo una vez más a la acostumbrada generosidad de Adri.
Mediterránea
Adri subió una fotografía a WhatsApp donde daba cuenta de un almuerzo liviano y delicioso. Nosotros estábamos en Francia en ese momento pero inmediatamente respondí comprometiendo una cita futura a mi regreso; por aquellas cosas de la vida concretamos el encuentro el último viernes, dando cuenta del abadejo con verduras y café acompañado por una pequeña delicia, esto último convidado por mi querida amiga.
Mediterránea se estructura en cuatro estaciones, cada una con un objetivo culinario diferente: se puede concurrir por la mañana y desayunar escogiendo alguno de sus panes (frutos secos, azúcar rubia y pasas de uva; multicereal con avena; centeno y semillas de zapallo y girasol) o bien optar por un clásico budín o croissant, o alguna tarta de limón confitado o galleta de avena y cacao. También, a toda hora, hay sandwiches vegetarianos o de atún, y para los amantes del jamón crudo exhiben una generosa porción contenida en pan blanco casero con tomate, rúcula y aceitunas negras.
Las últimas dos estaciones ofrecen la posibilidad de escoger entre pescado, hamburguesas artesanales con opción vegetariana o pastas de diferentes estilos acompañadas por salsas originales: portobello, cebolla y espinaca; anchoas, aceitunas negras y albahaca; mejillón, chorizo y morrón asado o una más simple de tomate concasse. Antes de partir nos dimos una vuelta por el sector librería que ofrece una pequeña selección de volúmenes vinculados a la filosofía y la antropología; aquí adquirí El dios de los brujos de Margaret Murray, al que me encuentro felizmente abocada.
La fotografía pertenece a la página web de Mediterránea.
Dorothy Gray
La última vez que estuve en Montevideo para visitar a mi amiga Susana, coleccionista irredenta de cremas de belleza, llamó mi atención encontrar entre el arsenal de recipientes un tónico de flor de azahar de Dorothy Gray. A mi regreso a la ciudad indagué en una perfumería y, tal vez por aquella remembranza, adquirí un demaquillante y el mismo tónico que había concitado mi interés en Uruguay. Atraída por la sincronicidad investigué acerca de la vida de Dorothy Gray, la creadora de la marca que aún perdura pese al paso del tiempo y a la voraz competencia del mercado.
Dorothy Gray, nacida Dorothy Cloudman en el año 1886 en Gorham, Maine, habría cambiado su apellido por razones diversas según quien escriba su biografía. Lo cierto es que se trasladó a Nueva York en 1911 y trabajó en el salón de Elizabeth Arden, toda una pionera en cuanto a maquillaje y cuidado de la piel. Aunque el imperio cosmético de esta última alcanzó proporciones descomunales, la entonces aprendiz Dorothy en 1922 también logró su cometido: salones en Nueva York, Atlantic City, San Francisco y Washington vendían con éxito los productos elaborados en el laboratorio sito en territorio neoyorquino.
Sin embargo, lejos de instalarse como una mujer de negocios obsesionada con los rendimientos monetarios, Dorothy vendió su marca en el pináculo del éxito y se dedicó a recorrer el mundo: África, Armenia, América del Sur fueron algunos de los destinos que escogió para residir temporariamente junto a los hijos y nietos producto de dos matrimonios y una vida larga y feliz. Murió a los 80 años, en Florida, luego de haber recorrido el mundo; el nombre que escogiera para su marca continúa siendo competitivo más de un siglo después.