Que sea verdad el sol que se despierta y se refleja en los cristales de los edificios, en las hojas doradas del otoño, en los parabrisas de los autos que salen para la escuela o el trabajo. Que sea verdad el sol que se extiende como un espejismo en la continuidad de la ruta recta que cruza la Patagonia, mientras apoyo mis pies en el tablero y parloteo sobre el libro que estoy leyendo mientras suena Dylan. Que sea verdad el sol que acaricia mi espalda mientras corro, el que rueda sobre la línea que divide el campo del cielo hasta despegar, y que me acompaña desde el amanecer hasta el mediodía, haciendo que me olvide de mí misma.
Que sea verdad tu valija, que abrirás para sacar la remera que me pondré por la noche para deambular por la cocina, mientras busco algo para tomar y vuelvo a la cama. Que sean verdad tus promesas no dichas, tus expectativas no puestas sobre la mesa al lado de la taza del café, que sea verdad la incertidumbre y lo que no sabemos, que el no saber abra todas las puertas y ventanas. Que sea verdad el vapor que sale de nuestras bocas un domingo por la mañana al asomarnos por el balcón que mira embelesado las sierras, con la punta de la nariz congelada y las manos tibias entrelazadas.
Que sea verdad la palabra escrita, la caricia que se demora un poco más en la mejilla, la mirada que devora, la humedad de mis ojos, otras humedades, tu abrazo que anula las distancias del tiempo y crea uno nuevo en donde no existe más nada.
Que sea verdad que estamos del mismo lado, que nos entendemos en este lenguaje mudo que sale por los poros; que sea verdad tu mirada reiterativa, cómplice y repitente sobre la mía, que sea verdad que fuimos, que somos.
Que sea verdad esta luna en Tauro, Urano cambiando de signo y la mar en coche de los titulares celestiales astrológicos que traen vientos de cambio.
Que el viento sea, que el cambio sea. Que la brisa, el mar, la fantasía, el coraje sean.
Que la verdad nos agarre despiertos y con ganas.
Patricia Lohin
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