Anoche en la oscuridad,
algo desveló mi sueño,
era un gemido,
mas bien un triste sollozo,
que albergaba una enorme
y desconsolada pena.
Un tenue rayo de luna plateado, atravesaba el ventanal de mi habitación, pudiendo perfilar la silueta,
de un ser resignado.
No encendí la luz,
me acerqué muy despacio,
y sin inmutarse el pequeño extranjero,
me miró de soslayo.
¿Qué te ocurre duendecito de la noche?,
¿por qué has acudido a mi?,
tan solo soy una simple mortal niña,
miedosa, desventurada y carente de amor.
A lo que mi amiguito me cogió de la mano relatándome con cuidado:
"Luz blanca hay en tus ojos,
luz blanca en tu mirada,más tu solo puedes rescatar al hada,
que haya triste en su flor real embrujada.
Siendo mísera la escasez de pureza humana,
aunque por fortuna la vi resplandecer por tu morada,
y me hallo frente a ti hermosa y dulce ama".
Imperiosamente,
sin apenas concebirlo,
una nube de estrellas me envolvió en su regazo,
llevándome a un lugar irreal y mágico,
lleno de azules, violetas y entes extraños.
Una atmósfera gélida me embriagaba,
piel y huesos al unísono temblaban,
ignorantes eran mis sentidos bloqueados,
que al duende desvanecido buscaban.
Frente a mí se abrió un camino inesperado,
luminoso como miles de diamantes incrustados,
desprendiendo haces de luces cegadores,
en medio de un cielo nebuloso y apagado.
Bajo todo este sopor extraño,
una voz esperanzada me susurraba:
"Camina luz blanca, camina sin cesar,
tu fuente de aura la debe salvar.
Nuestra hada reina sin su vuelo boreal,
a nuestro mundo asolado y entristecido,
sumergirá en la inmensa oscuridad".