El resto de la gente batía palmas al compas de los tambores, algunas mujeres también movían la cabeza de uno a otro lado, los ojos en blanco mientras salmodiaban: “gros bon ange, ti bon ange” Dos mujeres entraron en trance con grandes gritos se lanzaron al suelo, comenzaron a revolcarse echando espumarajos por la boca.
Entró en escena el sacerdote, éste se cubría sucintamente con un taparrabos y un sombrero de copa, en su mano izquierda un bastón negro y en la derecha un látigo, con el que comenzó a flagelar a las dos mujeres. La entrada en escena de dos acólitos, hizo que todos callaran, incluso los tambores dejaron de sonar, uno portaba un gallo negro y el otro un puñal, el sacerdote, dejó el látigo y el bastón y agarró por las patas al gallo y con la mano derecha el puñal, lo alzó al cielo estrellado y de un certero tajo, cercenó el cuello del gallo, lo levantó sobre la cabeza de la diosa de ébano y la sangre del gallo comenzó a correr por su cuerpo, haciendo que la blusa se le pegara a su pecho, marcando las curvas perfectamente, ella se arrodilló, puso los brazos en cruz y comenzó a hablar en voz apenas audible en francés, los tambores comenzaron de nuevo a sonar, por lo que no pude entender lo que decía, de pronto todos se pusieron de pié, y comenzaron a bailar, empujándome, me obligaron a moverme al compás, alguien me puso una calabaza con un liquido en la boca y bebí ávidamente, la cabeza me comenzó a dar vueltas, apenas sentía mis piernas, era como si tuvieran vida propia, todo mi cuerpo comenzó a escapar del dominio de mi mente, me dejé llevar por la música.
Entre tinieblas vi a la diosa de ébano, se acercó a mí y me abrazó, acercó su boca a la mía y en vez de un beso, me mordió con furor el labio, yo grité de dolor y ella respondió con una risotada, el brujo también reía mostrando sus blancos dientes en el centro del rostro más negro que vi jamás, me ofreció otra calabaza con liquido, bebo y pierdo la consciencia.
Por fortuna estoy de nuevo en el hotel, la cabeza me duele, apenas puedo abrir los ojos, un sudor pegajoso me rodea y hace que la sabana se pegue a mi cuerpo, apenas puedo moverme, al cabo de un rato, molesto por el sudor, levanto la sabana y compruebo horrorizado, que el sudor es sangre, chorros de sangre a mi alrededor y a mis pies, cercenada, la cabeza de la diosa de ébano con ojos que me miran acusadores.