Madrid

Publicado el 26 agosto 2012 por Evaletzy @evaletzy

8 de la mañana. Ni bien sales del metro, en la estación Callao, te chocas con la señora Gran Vía. Tú le das los buenos días, ella te los devuelve. Tu única compañía en este viaje es tu cámara; su cuerpo y su objetivo están en tu mano, su correa está enroscada en tu muñeca. Caminas por la calle de Preciados. Hay poca gente pues los comercios todavía duermen. Llegas a la Puerta del Sol. Lo que más te gusta es la Real Casa de Correos. Te detienes a mirar su mítico reloj, ese que cada 31 de diciembre a medianoche le obsequia sus campanadas a todo aquel que se quiera tomar las doce uvas. Te diriges a la Plaza Mayor. Cuando pisas el empedrado que viste su suelo, te emocionas; miles de veces soñaste con estar donde ahora estás. Enseguida notas en tu piel la magia que irradia la plaza. Con el zoom de tu cámara juegas con las tres plantas de balcones que la rodean, con los coloridos frescos que decoran la fachada de la Casa de la Panadería, con las farolas, con los soportales y con los arcos de acceso; no hay un sitio ni remotamente parecido en tu ciudad natal.
10 de la mañana. Entras en la Catedral de la Almudena. Te llaman la atención sus modernos vitrales con diseños geométricos; nunca viste vidrios de colores como esos dentro de una iglesia. Sales, caminas unos pocos metros e ingresas en el Palacio Real. Después de subir la marmórea escalera principal, empiezas el recorrido por las diferentes estancias: El Salón de Alabarderos, el Salón de las Columnas, el Salón del Trono, hasta que llegas al salón Gasparini, el cual consigue robarte la respiración no solo a ti, sino a tu cámara también. Su techo plagado de flores y frutas en relieve, su suelo de mosaicos, sus espejos con marcos labrados en madera, su enorme chimenea de mármol blanco, su mobiliario oriental y sus paredes cubiertas con telas bordadas te trasladan a un cuento de género fantástico, en el que tú eres la protagonista. Sales de tu ensoñación y continúas la visita. Cuando llegas al Comedor de Gala piensas que te gustaría ser reina para poder sentarte en la mesa que allí se encuentra, que te atiendan, te alaben y poder disfrutar de todo ese lujo. Una vez fuera del palacio te das cuenta de que prefieres ser quien eres, si pertenecieras a la realeza seguramente no podrías ir feliz con tu cámara haciendo turismo sin que nadie te moleste.
1 de la tarde. Estás en el museo Reina Sofía. Te detienes varios minutos frente al Guernica de Picasso. Te sorprende su gran tamaño. El cuadro es descorazonador y maravilloso a la vez; mientras lo miras tu cuerpo es poseído por sentimientos que no podrías explicar con palabras. También pasas bastante tiempo con Salvador Dalí, con Juan Gris, con Francis Bacon y con Joan Miró: La sonrisa de alas flameantes es una de tus obras preferidas, y el sentirla tan cerca, te llena de alegría. Posas tus ojos en cada una de sus figuras y se las regalas a tu memoria con la intención de que las conserve intactas para siempre.
3 de la tarde. Entras en un restaurante en la zona de Atocha, tienes bastante hambre, así que decides pedir un menú. Eliges gazpacho de primero. Con el segundo plato dudas entre pedir emperador, pescadilla o boquerones fritos. Para beber: vino tinto y casera. De postre: tocino del cielo y una copa del famoso licor de endrinas conocido como pacharán.
5 de la tarde. Acudes a tu cita con esa majestuosa dama nacida en el año 1778: la Puerta de Alcalá. Tu cámara hace los ajustes necesarios, tú buscas el mejor ángulo. La dama posa para vosotras sin ningún pudor, hasta parece divertirse mientras lo hace. Cuando terminas le agradeces por esa sesión fotográfica en la que te regaló un trocito de su alma. Te responde que para ella fue un placer. Entras en el parque del Retiro. A tu paso, decenas de castaños de Indias te muestran vanidosos sus racimos piramidales de blancas flores. Contemplas el estanque con el monumento a Alfonso XII, recorres la rosaleda, visitas la fuente del Ángel Caído, y cuando entras en los jardines de Cecilio Rodríguez te encuentras con un obsequio inesperado: seis pavos reales, todos con su abanico de iridiscentes plumas desplegado, como si quisieran conquistarte. Por último visitas el Palacio de Cristal, lo dejaste para el final adrede, y no te equivocaste, porque como dirían en tu país «es la frutilla de la torta». Otra vez te sientes dentro de un cuento fantástico, en el que tú eres la doncella que vive en ese maravilloso palacio transparente.
8 de la noche. Frente a ti la fuente del dios de los mares: Neptuno. Ahí está él, de pie sobre una concha, con un tridente en mano, siendo tirado por caballos con cola de pez. Te guiña un ojo, y tú te sonrojas. Caminas por el paseo del Prado hasta La Cibeles. Otra maravillosa fuente que te deslumbra: la diosa de la Madre Tierra con su corona de murallas está sentada en un carro tirado por leones. Te sonríe, y tú a ella. El Palacio de Comunicaciones se alza a su espalda, mostrando orgulloso su reciente restauración. Decides que volverás más tarde, pues todavía no han encendido las luces. Caminas por el Paseo de Recoletos, tuerces en la calle Almirante y llegas a la Plaza de Chueca. Te sientas a tomar una caña en una terraza. Pides unas patatas bravas y unos chopitos para acompañar la cerveza. Mientras disfrutas de la comida observas a la gente. Luego recorres las calles de ese barrio famoso por ser el sitio donde se celebra cada año el orgullo gay.
10 de la noche. Estás a una distancia óptima del Palacio de Comunicaciones. Tu cámara, exhausta luego del ajetreado día, descansa sobre tu trípode. El edificio se tiñe de un intenso verde, a los pocos segundos es lila, luego violeta, azul, turquesa, rojo, naranja, amarillo... Mientras observas a ese camaleón de piedra reposando bajo el cielo madrileño que lo vio nacer, te preguntas: «Letzy, ¿no te encantaría vivir en Madrid?». Entonces, piensas que quizá algún día te decidas a dejar tu Buenos Aires querido para mudarte a esa magnífica capital europea.