Madrid tiene días en los que está más bonita de noche que de día, posiblemente coincidan con todos aquellos en los que uno se encuentra mejor despeinado y sin duchar que con la ropa de ir a la Ópera. Madrid está bonita de noche porque durante un brevísimos instantes parece que está desierta, lo que es lo mismo que decir casi muerta y casi en paz, aunque luego eso sea mentira. Qué tendrán las mujeres orgullosas, que se engalanan cuando engañan.
Camino por Pelayo, Fernando VI, Argensola y Orellana, acompañada de restaurantes acristalados, manteles de hilo, velas que titilan, las sombras de los vestidos largos en el escaparate de un atelier, porque ya no se dice taller. Hay balaustradas de hierro, cortinas pesadas, techos altos en los interiores de las casas con sus molduras de salón de baile, un matrimonio que quizás no se habla o una familia charlando tranquilamente sobre los cadáveres que tiene en los armarios. Carteles de se vende y se alquila, porque aquí nada se regala, todo en silencio, las luces verdes de los taxis hacen guiños de fiesta y siempre la duda de cuál de esos coches podría raptarte de vuelta a casa.
Madrid y yo hemos cumplido tres años y los voy a celebrar cogiendo mis libros, dejando mi barrio y estrenando una casa, algo que equiparo a cuando los adolescentes yanquis dicen adiós a sus madres y llegan a la universidad con la única intención de desvirgarse. Creo que los aniversarios de pareja hay que empezar a celebrarlos cuando se está cerca de alcanzar la madurez sexual; todos los meses anteriores responden más a una extraña necesidad de contacto total. Yo también citaré a Alvite: "Yo creo que el amor es algo complejo que empieza cuando conoces a alguien cuyo cuerpo parece que llevase años preguntando por el tuyo".