A Mercedes Vendramini
"A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo." Clarice Lispector
Entre las estaciones del subte mi pecho se agrieta, se abre, mirándose en tu espejo, mi pupila —tazón de azúcar— que se deshace; por eso, te maldigo mi querida:
que se te apiñen ríos de jacarandá en la frente tiñéndote los párpados, de dulces violetas.
Que sea tu nombre el faro tibio de todas las primaveras (aunque estemos en pleno invierno).
Que de la cotidianeidad de la casa te broten sueños, duendes y naranjos.
Que te canten “El reino del revés” las cornisas, en el hospicio.
Que desde las callecitas de Munich se te llenen de astrónomos las sopas y las letras, que no te quede otro remedio que condimentar todo, con tu risa.
Y que cada mañana las plantas de tus pies te sentencien al pisar:“sé niña ahora”