Estoy segura que ustedes como cibernautas han recibido alguna vez en su vida una de esas famosas cadenas de ayuda en su correo.
Yo he sido una de esas víctimas. Me han visitado varios dioses, unas cuentas vírgenes y decenas de ángeles, arcángeles y querubines entre mis e-mails. Son esas cadenas que generan algo así como una milagrosa energía cibernética y que, al parecer, tienen el mismo efecto que el agua bendita. Para que el efecto sea el esperado necesitas enviárselas a quince personas o más, pero si no lo haces estás frito y tu sueño de comprar un auto o una casa o ser feliz en la vida te será truncado por la maldición de las cadenas.
Mi maldición comenzó cuando recibí mi primera cadena a los 12 años. El susodicho documento mágico decía que si no la reenviaba a tanto número de personas mi vida amorosa se iba a ver frustrada por siete años y otras tantas cosas relacionadas con la mala suerte. A continuación listaba detalladamente datos sobres los herejes que se habían rehusado a cumplir con sus cánones. Además de haberse estropeado su vida amorosa, algunos se habían vuelto pobres o un auto los había atropellado.
Pese a toda esa amenaza, no cumplí con sus leyes. Más por pereza que por otra cosa, en realidad, pero de todas maneras me resultaba ridículo que un simple papelito me fuera a impedir conseguirme un novio...
Pero, misteriosamente, sucedió... Pasaron siete años hasta que tuve un novio por fin (un mamarracho, por cierto) aunque prefiero pensar que eso me pasó porque soy una tímida esquizofrénica de tendencias agorafóbicas incapaz de sostener la sonrisa de un chico sin soltar una patética carcajada o quedarme muda como una momia.
Actualmente, resulta que parezco estar en el libro negro de la internet porque estoy recibiendo cada vez más cadenas día a día. En realidad, una por día. Eso, a la larga, suma exactamente trescientas sesenta y cinco cadenas sin reenviar lo que según mis cálculos, si no me equivoco, me quedan 24 horas de vida.