Nunca entendimos las circunstancias en que todo aquello pasó; ni el lugar, ni el momento, ni siquiera el por qué. Nos tragamos las preguntas (pero no el orgullo) porque pensamos que las respuestas vendrían solas. Nos aferramos a las manecillas del reloj como a un clavo ardiendo porque nos creímos la cantinela de que el tiempo era necesario para curar nuestras heridas, pero no fue suficiente. Y así aprendimos a contrarreloj que, muchas veces, lo que es necesario, no es, sin embargo, suficiente: que aunque sea necesario el aire para respirar, este no es suficiente cuando estamos juntos; que aunque sea necesaria el agua para no deshidratarnos, nuestros besos no fueron suficientes para calmar la sed; y que aunque sea necesario el calor para no morir de frío, nuestros abrazos nunca fueron suficientes para evitar que nuestra historia entrara en hipotermia.
Descubrimos a base de golpearnos siempre contra la misma…
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