Revista Diario

Malo.

Publicado el 26 julio 2010 por Rizosa
A mí no me confuden. Por mucho que me digan que nadie es inocente al 100%, que todos tenemos algo de malicia, que los ángeles no existen y que deje ya de hacerme la buena cuando no lo soy.
Porque creo que no es exactamente lo mismo saber que vas a tener un problema con tu perro este verano que abandonarlo en un arcén cualquiera. Ni tampoco pisar una cucaracha presa del asco/pánico que mutilar un gato lentamente.
No podemos meter en el mismo saco al que piensa que tu mejor relato es un asco, que al que te lo dice esperando  ver tu reacción desilusionada... o juzgar por igual al que te hace llorar porque te quiere que al que no le importa si ríes o lloras.
Hay una delgada línea (a veces casi imperceptible) que rodea tus acciones y las consecuencias de ellas: en el momento en que haces daño intencionadamente y sin sentimiento de culpa, tus pies traspasan la frontera y ya nunca volverás a ser el mismo.
Y es como fumar, creo.  Cuando has dado el primer paso, has herido a alguien y comprobado que aunque al principio no te guste el sabor... la vida sigue, ya no hay vuelta atrás. Porque vuelves a fumar, un día, y entonces te gusta un poquito más. Hasta que te enganchas y el humo de tu conciencia deja de molestarte.
Yo no soy ninguna santa: he sentido celos, rabia, desconfianza; he sido perezosa y poco constante; he mentido y he hecho cosas de las que jamás estaré orgullosa.
Pero nunca, nunca, nunca fui capaz de hacer daño a nadie intencionadamente. Qué demonios, si tampoco le he dado jamás una calada a un cigarro...

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