A menudo me he creído incapaz de odiar. Sin embargo creo que he odiado. Mi odio, o lo que sea, es pasajero, fugaz más o menos. No es que no odie, es que no odio como los demás. Me han jodido, me han jodido bien, y aun así puedo perdonar. A menudo dices, si me hacen esto o lo otro, sería incapaz de perdonarlo. Eso dices hasta que te pasa de verdad, y la visión cambia. Entonces no estás vacío, tienes cosas dentro, muchas, sentimientos, dicen. El caso es que no piensas igual que antes. Lo sientes en tu piel. Sientes como te traspasa, se te inyecta en las venas, se disuelve y te recorre el cuerpo arañándote la sangre. Y donde una vez te invadió lo que llaman odio, te invade esto otro. Se apodera de ti y todo lo que pensabas desaparece como si alguien hubiera apretado el botón de borrar, y sobreescribir. ¿Eres tú? Sí. ¿De verdad crees que odiar es malo? ¿Que perdonar es lo correcto? ¿O es que desde siempre te lo han hecho creer así? Que odiar sea lo fácil no significa que sea lo malo. Me apetece a veces dejarlo, olvidarlo, no intentar razonar y odiar sin más, con todas mis fuerzas. Insultar, fijar todo mi desprecio en el mismo objetivo. Pero para qué. Perdonar no es olvidar, ni comprender ni sentir compasión. Perdonar es el otro camino. Ni más ni menos correcto, quizás sí más largo. Depende. Es abrir el lugar donde guardabas todo el amor (porque sí, lo hubo), y ver si queda algo. Siempre lo habrá. Coger ese algo, entonces, entre tus manos, aspirarlo y dejar que te traspase, que te recorra la piel por dentro, dejarlo fluir. Forma parte de ti ahora. Eres tú, sí. Quién lo diría.
El problema es que el odio no es odio. El odio son heridas, venganza y destrucción. Por eso está mal visto. Si fuera sólo odio... pero no lo es.
Mientras que perdonar es demasiado arriesgado. La línea del límite está ahí. Y no hay nada que te asegure que no la traspasarás.
Bueno, ya qué más da: Te odio, sí, eres un retrasado, ojalá te arranquen los huevos de un bocado.