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Manolos y pinkis

Publicado el 19 julio 2010 por Tuestilistaonline

MANOLOS Y PINKIS
MANOLOS Y PINKIS
María Guimeráns
Tacones de vértigo, puntas imposibles, tiras que cortan la circulación…que me expliquen por qué los diseñadores de zapatos se han empeñado siempre en hacer la puñeta a las mujeres. Vale que no han llegado al extremo de los chinos que vendaban los pies a las niñas para que no les crecieran, pero a saber si el muchas veces idolatrado Manolo Blahnik no se habrá inspirado en la tradición del gigante asiático: introducir un pie de tamaño normal en una de sus creaciones no es tarea fácil. Caminar sobre ella sin parecer un pato, es todavía más complicado. Por si fuera poco, la empresa deja la cartera tiritando y, aún así, son muchas las que no dudan en gastarse lo que no tienen para hacerse con sus deseados Manolos.
MANOLOS Y PINKIS
Fijaos si no en las actrices de Hollywood desfilando por la alfombra roja con esas sandalias imposibles. Detrás de sus hermosas sonrisas blanqueadas se esconde un secreto deseo de llegar a casa para ponerse las pantuflas. Por eso,
 siempre que veo esas escenas supuestamente tan llenas de glamour, a mí me vienen a la cabeza las señoras de mi barrio.
MANOLOS Y PINKISPorque mis vecinas se pasaban el día en zapatillas. De hecho, en la mayoría de las casas estaba terminantemente prohibido andar con zapatos de calle, así que los chavales, perfectamente adiestrados, nos los quitábamos nada más entrar. Las madres más talibanas colocaban unas bayetas de las de limpiar el polvo en el suelo para que sus hijos sacaran brillo al parqué al tiempo que se desplazaban por el piso. Y los niños encantados, claro, se lo tomaban como si estuvieran compitiendo en el Mundial de patinaje categoría individual, o parejas, si los acompañaba un hermano.
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El caso es que mi barrio era, sin duda, el lugar del planeta con más pantuflas por metro cuadrado. Las había de muchísimas clases: las de cuadros de toda la vida con borreguillo por dentro, las negras con cremallera en el empeine reservadas a las octogenarias, y mis preferidas, ésas que Paula Grande ha incluido en su decálogo de la antimoda: las rosas acolchadas, con cuña dura, rematadas con un pompón de plumillas. Algunas de mis vecinas estaban tan orgullosas de ellas que también las utilizaban en cortas incursiones en el exterior, como ir a comprar el pan. Tranquila, Paula Grande, esto último no era lo habitual.
Lo habitual en la calle era que las mujeres lucieran sus mejores galas, aunque ello supusiera llevar los pies apretados cual choricillos. Si fueran actrices de Hollywood se limitarían a sonreír, enseñar empastes y hacer de tripas corazón. Pero el pueblo llano siempre acaba dando con una solución. Y esa solución tiene un nombre: los pinkis. Ya sabéis, esa especie de funda con forma de bailarina diseñada con el tejido de las medias.
MANOLOS Y PINKIS
Supongo que su creador esperaba que los pinkis se mimetizasen con la piel y por eso añadió a todos los encantos de la pieza un atractivo color carne. Siento decir que no lo logró. Las funditas para los pies eran más bien cantosas y siempre acababan con tomates en los dedos. En todo caso, alguna utilidad contra las rozaduras debían de tener porque todavía hoy se ven pinkis por mi barrio. Además del inefable color carne, los hay blancos y negros y, atención chicas, también los fabrican para caballero.
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Y se siguen vendiendo en las tiendas, a donde llegaron hace más de treinta años bajo en nombre de salvapiés o salvamedias. Precisamente, su origen está ligado al de las medias de nylon: su función inicial era protegerlas de las carreras, evitando enganches con el calzado. El pueblo, que es muy sabio, entendió que una prenda como el pinky no se podía desaprovechar, y se lanzó a utilizarlo con zapatos de corte salón y, qué caray, también con sandalias, que para eso los hacen de color carne.
MANOLOS Y PINKISMANOLOS Y PINKIS
Y digo yo: si mis vecinas iban tan ufanas, vestidas de domingo y con sus pinkis rebosantes, ¿por qué no se animan las víctimas de Manolo Blahnik a usar sus diseños vertiginosos con el salvamedias? Sus maltrechos pies se lo agradecerían y, quién sabe, quizás abrirían brecha y lo pondrían de moda. Y ya que estamos, que lo combinen con unas hombreras dobles y un buen tupé.
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