Revista Diario

Mansfield Park

Publicado el 05 diciembre 2012 por Fernando

En mi condición de austenita de bien y lector salvaje me es muy difícil señalar cuál es mi novela favorita de entre las salidas de la pluma de Jane Austen; como igualmente lo es, desde un punto de vista objetivo, señalar cuál es la mejor de aquéllas. Pero sí puedo afirmar que, en ambos casos, Mansfield Park es una firme candidata. La he leído y releído, siempre despacio, relamiéndome en el lenguaje y disfrutando de agradables vistas a su armazón y cimientos. Y habida cuenta del reto planteado por el Club Jane Austen promovido por Carmen, en el cual gustosamente participo, no puedo —ni quiero, ni debo— resistirme a esparcir unas líneas al respecto.


Mansfield Park
Empezando por el principio, el argumento no deja de ser simple en extremo: chica pobre y virtuosa se enamora de chico rico y meritorio; chico rico se enamora de chica acomodada y frívola; chico rico acaba dándose cuenta de todo y se queda con la chica virtuosa (en realidad hay varias subtramas cuyo desarrollo, por no alargar estas líneas, remito a esta página por si alguien tiene interés). Argumento muy propio de la autora —injustamente tildada de “romántica”—, se podrá pensar. Aparentemente. Debe recordarse que, si bien este tipo de historias nos resultan archiconocidas y ultramanoseadas, hay adjetivos como “clásico” y “canónico” cuya aplicación a ciertos libros no es casual. Basta fijarse en el momento en que vio la luz: fue publicada en 1814, tres años antes de la muerte de su autora; suerte que, como es sabido, no corrieron todas sus novelas, como la plausible La abadía de Northanger y la eminente Persuasión. Con esta historia de cenicienta, Austen se convierte en precursora de Charles Dickens y otros autores similares de finales de su siglo. El personaje de Fanny Price es ascendiente directo de David Copperfield, Philip Pirrip y muchos otros que han venido por el mismo camino hasta la actualidad. Y todos, hasta nuestros días, han seguido el canon marcado ya en 1814 por Mansfield Park. V. Nabokov, otro entusiasta de Austen y gran comentarista de sus novelas, llamaba a la trama de esta novela «una supuesta historia», en la que prima la caracterización de personajes y el desarrollo de ideas por encima de todo. Siguiendo con Nabokov, en Mansfield Park las líneas temáticas no son sino «ideas o imágenes que se repiten de cuando en cuando en la novela, como reaparece un pasaje musical en una fuga». Dicho de otro modo: lo importante es la escritura (y, en obvia consecuencia, la lectura) en sí misma, por encima de historias y filosofías.

Por otra parte, el desarrollo y enlace de las subtramas lleva a ponderar uno de los elementos por los que Mansfield Parkdestaca sobremanera: el peculiar tono teatral que domina el texto de principio a fin. Las distintas fases de la acción se desarrollan como actos de una obra de teatro: decisión de acogimiento de Fanny, visita a Sotherton, montaje y ensayo de la obra de teatro, cortejo de Henry Crawford, estancia en Portsmouth, las cartas en Portsmouth, trance definitivo entre Edmund y Mary… Y hasta se la novela entera se podría estructurar como tal tipo de obra, en actos y escenas. El rizo se riza cuando, en uno de los pasajes centrales, los dramatis personæ se enredan en la representación de una obra de teatro en la finca de Mansfield. La obra es Lover’s Vows (Promesas de amantes, el título lo dice todo), cuyo reparto de personajes coincide con los papeles que juegan cada uno de ellos en la vida real. Algo que ya utilizó el príncipe Hamlet para desenmascarar a Claudius (Austen, como Fanny Price, idolatraba a Shakespeare). Teatro dentro de una novela teatral.Otro de los elementos pilares constructivos admirables de Mansfield Park es el modo —o, mejor dicho, los modos— de encarnar los personajes. Es una delicia comprobar cómo desde la básica caracterización directa, pasando por las propias palabras de los personajes o su imitación y hasta los discursos indirectos, estos personajes llegan a resultarnos más reales que la legión de seres con que a diario muchos de nosotros nos vemos obligados a lidiar. Sorprende, en este mismo sentido, la utilización de recursos literarios muy adelantados a su tiempo, como la reproducción indirecta de discursos, lo cual no se empezaría a generalizar hasta finales del XIX. Un ejemplo puede encontrarse al final del capítulo VI, en el que en un párrafo de mediana extensión concentra un montón de palabrería vana de los personajes más inanes. O, aún más allá, la utilización del monólogo interior, con el que un siglo más tarde nos abrumaría la Molly Bloom de James Joyce; es memorable al respecto, el soliloquio de Fanny al recibir una carta de Edmund, en el capítulo XLIV, por su cálida pero firme entonación.

Es inútil esa demora. ¿Por qué no lo soluciona de una vez? Está ciego, y nada le abrirá los ojos; nada, después de haber tenido tanto tiempo las verdades delante de los ojos. Se casará con ella, y será pobre y desgraciado. ¡Quiera Dios que su influencia no le haga perder la dignidad! —Echó una nueva ojeada a la carta— “El cariño que me tiene”. ¡Tonterías! Ésa sólo se quiere a sí misma y a su hermano. ¿Que sus amigas le han llevado por el mal camino durante años? Lo más probable es que haya sido al revés. (…) “Pienso que la pérdida de Mary supondrá la pérdida de Crawford y de Fanny”. Edmund, no me conoces. Jamás emparentarán las dos familias si no las emparentas tú. ¡Ah!, escríbele, escríbele. Termina de una vez. Pon fin a este suspenso. Decídete; prométete; condénate.
Tampoco puede hablarse de Mansfield Park sin hacer una referencia especial a su personaje. Sí, su personaje, porque esta novela se podría haber titulado perfectamente Fanny Price. Sin ella, sólo quedaría una cáscara de palabras hueca y floja. Es discutible, y muy discutido en el mundo austenita, si el carácter de Fanny es equiparable en cuanto a fuerza y atractivo (no físico, se entiende) al de otros personajes femeninos de Austen. La acusación la tacha de lánguida, pacata, sensiblera y carente de toda autoestima, características que aparecen a simple vista; y, lo que es más grave, muchos lectores… perdón, lectoras, condenan a Fanny por estar perdidamente enamorada de un sujeto como Edmund, soso con avaricia. La defensa, entre cuyas filas me cuento, opone la inteligencia, la bondad e integridad y la sencillez de la heroína de Mansfield, o, en todo caso, la sutileza y el encanto con que manifiesta su gran sensibilidad; y, argumento definitivo, no es menos cierto señalar que la propia Austen prefería a éste por encima de todos sus otros personajes, hasta el punto de otorgarle el nombre de su sobrina favorita (detalle que, a quienes tenemos pretensión de escribir, nos suele resultar revelador). Es patente que la autora se pone de parte de Fanny de principio a fin: «A la sazón Fanny Price contaba diez años; (…) Era pequeña para su edad, sin color en la cara, ni ningún otro atractivo visible, y extremadamente tímida, vergonzosa y encogida; pero su aire, aunque torpe, no era vulgar, su voz era dulce y su semblante resultaba bonito cuando hablaba», capítulo II; «Hoy tengo la satisfacción de saber que mi Fanny ha debido de ser muy feliz a pesar de todo», último capítulo.En cuanto al estilo, amén de la musicalidad en forma de fuga antes citada, que confiere a su lectura una levedad y placidez extraordinarias, sobresale la ironía, reino de Jane Austen por derecho propio. Es raro el capítulo en que no aparezca. Delicada en la mayor parte de las ocasiones («Su simpatía era de las que a menudo resultan más atractivas que otras cualidades de carácter superior»); casi disfrazada entre frases convencionales, variante que abunda en su obra de madurez («La señora Price hacía irrespetuosísimas consideraciones sobre el orgullo de sir Thomas, que la señora Norris probablemente no fue capaz de guardarse para sí»); o punzante y directa en otras, conservada desde sus escritos de juventud («Era una mujer[lady Bertram] que se pasaba los días sentada en un sofá cuidadamente vestida, haciendo alguna pieza larga de labor, de escasa utilidad y ninguna belleza, pensando más en su perrito que en sus hijos»). Para quienes padecemos la debilidad de regodearnos en el escarnio del prójimo indecente, leer y releer a miss Austen no es un placer, es una necesidad.Para finalizar, baste realizar un apunte sobre el último capítulo, quizá el más polémico entre los austenitas. La polémica se debe a que, después de fascinarnos durante tropecientas páginas con las tribulaciones de Fanny y las idas y vueltas de los demás personajes con los adornos antes indicados, la autora despacha en unas pocas páginas la conclusión de todas las subtramas, incluida la principal, con una escueta justificación: «Que otras plumas se extiendan en la culpa y la desdicha. Yo dejo al punto esos temas odiosos, impaciente por devolver alguna paz a los que no tuvieron demasiada responsabilidad, y terminar con lo demás». La tesis general atribuye al cansancio de Austen este final expeditivo, previsible tras el esfuerzo invertido en el resto de la obra; no tendría ganas de repetir la hazaña de Emma, en que después de resuelta la trama se deleita y nos deleita durante toda una última quinta parte de la novela en atar los cabos sueltos sobre los distintos personajes. Y es muy probable y humano que así fuera. Pero hasta en eso resalta su genialidad. «Acabemos rápido, pero bien», me imagino resuelta a la autora. Y al mismo tiempo que cierra las subtramas va repartiendo estopa a diestro y siniestro, a todos y cada uno de los personajes. Excepto Fanny, huelga decirlo, no se libra nadie; ni siquiera el insulso Edmund, cuyo único motivo de redención es su afecto incondicional por ella. Evito reproducir las aceradas consideraciones a que me refiero para no alargar demasiado este comentario. Pero si a alguien le apetece un buen ratito mordaz, puede pasarlo AQUÍ. Es muy infrecuente en literatura, o absolutamente en una obra de aquel tiempo, asistir a fustigamientos semejantes, de manera tan directa. Sí que abundan los personajes expuestos al público y puestos en ridículo por sí mismos; pero que éstos hagan de picadores y banderilleros directamente es lo que consigue adhesiones incondicionales.Conclusión: si les apetece leer una novela de las de toda la vida, bien escrita y avanzada en el tiempo tanto en contenido como en forma, Mansfield Park es una apuesta sobre seguro.

Mansfield Park


La edición utilizada en esta relectura es de Alba Editorial, 1995. Traducción: Francisco Torres.


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas