Ayer,
el Ayuntamiento de Gijón abría sus puertas de par en par para celebrar el Pleno
Extraordinario de Honores y Distinciones de la Villa, mediante el cual se
reconoce la trayectoria personal y profesional de personas e instituciones que,
gracias a su esfuerzo, trabajo, méritos, y generosidad, dan brillo y esplendor
a la Villa de Jovellanos.
Todas
las Medallas de Plata fueron concedidas por unanimidad. Y es que cuando se
propone a una persona o entidad para un galardón semejante, las ideologías y
los credos políticos deben quedar al margen y prevalecer los méritos del
premiado. Sin embargo, la Medalla de Oro, vino con cierto aroma populista arcaico,
cuya única notoriedad era llamar la atención y buscar un titular de prensa. Sendos
grupos políticos de los que, como diría el ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha, no quiero acordarme, pusieron su nota de color con su voto de
abstención originando una aprobación por mayoría, en vez de por unanimidad,
como debió aprobarse.
Si
en ese momento en el Salón de Plenos, hubiera estado don Álvaro Figueroa y
Torres Mendieta no hubiera por menos que explotado diciendo: «¡Joder, qué
tropa!».
A
ver si se enteran de una vez que una cosa son los dimes y diretes políticos y
otra completamente distinta son los consensos institucionales: hoy cedo yo,
mañana cedo, y así sucesivamente… pero como esto no me gusta, lo veto resulta
cuando menos pueblerino. Y en política institucional sabe a rancio.
Las
decisiones instituciones no marchan en el mismo vagón que las decisiones
políticas. Son vagones diferentes porque una decisión institucional está por
encima de las decisiones políticas y, evidentemente, de las ideológicas. Y
aquel partido político que no entienda que la institución está por encima de
las ideologías políticas no sólo ha equivocado su lugar, sino que debe coger la
maleta y dejar su escaño de inmediato por respeto a la ciudadanía y a la propia
institución. Como diría Rafa Hernando, los sainetes, o el circo, ya están
pasados de moda. Ante una decisión institucional como son los Honores y
Distinciones de una ciudad, el consenso debe ser absoluto porque los candidatos
a recibir tales galardones poseen méritos y curriculum suficientes para estar
muy por encima de los dimes y diretes políticos.
En
política hay que saber estar sin necesidad de recrear un patio de colegio
continuamente, y máxime cuando está en juego la imagen de la institución. Quien
asume una concejalía, un escaño en un parlamento, o cualquier otro cargo
público tiene que tener esto muy clarito. La imagen institucional de la institución
(valga la redundancia) a la que representa es sagrada y está muy por encima de
encima de diatribas, charangas políticas, y demás parvularios que algunos quieran
escenificar exclusivamente por ocupar titulares en prensa. Así no se hace
política. Nunca.