Margarita

Publicado el 19 junio 2017 por Aidadelpozo

Contemplo el cielo al lado de Diana. Estamos tumbados en una manta y cojo su mano. Inventa los nombres de las estrellas y me hace reír. A cuál más raro. Finge que se enfada y hace ademán de soltarse de mi mano. La aprieto más fuerte y la atraigo hacia mí. Su cuerpo está caliente y huele a coco y arándanos, la mezcla del perfume que lleva y el helado que minutos antes he esparcido por su cuerpo y he lamido con deleite. Su sexo sabe a almizcle y deseo. Exhaustos tras hacer el amor, nos hemos tumbado y me enseña su mundo estrellado. "Margarita", afirma que se llama una estrella que brilla a la altura de nuestros ojos. Suelto una sonora carcajada, se incorpora y se sienta a horcajadas sobre mí. "Margarita", repite, y me besa. Me ha enseñado a besar como ella lo hace, con el alma. Y así solo la beso a ella. De repente, veo tristeza en sus ojos. Llega la hora de regresar y se escapa como el aire de mis manos. Suspiro y miro las estrellas. Ahí está ella, muy lejos de este sueño que cada día se lleva un trozo de mí.

Diana no se fue de mi vida por voluntad propia, yo se lo pedí. Volvió a sus rutinas, a su casa y a su mundo. Creo que un hombre la espera ahora, aunque nunca le pregunto y ella jamás me cuenta su vida. Yo regresé con Isabel. Es mi mujer, pero siempre amaré a Diana.

Contemplo el cielo estrellado e imagino que Diana inventa el nombre de mil estrellas para mí. Mi mujer se acerca con una copa de vino en la mano, se sienta a mi lado en una hamaca, y me pregunta en qué estoy pensando. "Mira, Isabel, esa estrella de ahí se llama Margarita". "Estás loco, Arturo". "Bastante loco", pienso.

Diana hubiera seguido inventando nombres de estrellas para mí, hubiese sonreído y tomado mi mano para besarla después. Cojo la copa y le doy un beso a mi mujer. Un beso de los míos, de los que no llegan al alma jamás.