Revista Literatura

Margarita

Publicado el 18 febrero 2020 por José Ángel Ordiz @jaordiz

VERSOS Y PROSAS DE ARTISTAS INVITADOS (13)

MARGARITA

No es fácil contar mucho en pocas palabras. Contar mucho en pocas palabras bien escritas, cada letra al dictado de la inteligencia, de la originalidad, de la ironía, de la imaginación, del mirar y ver, del sentir... Pero la artista hoy invitada en este nido electrónico lo consigue con una fluidez y un atractivo que de inmediato llamó mi atención pues, como suelo repetir, siempre me gustó lo bueno e incluso lo muy bueno.

GRACIAS, MARGARITA, por aceptar mi invitación, por enriquecer el contenido de este blog tan disparatado a veces.

-¡Por vuestra culpa, mendrugos, un secretario primero que no ve y no ve pero ve y un secretario segundo que come y come pero no engorda!

-Ingrato... Como si fueras tú lo muy poco que eres sin nosotros.

-Tiene razón el ciego, señor José. Es usted ingrato e injusto pues exonera a Irina y a Blanca y, puestos a culpar, no son ellas más inocentes que nosotros.

-Recórcholis, mi querido Teo, qué frase más lograda, va a ser verdad lo que afirmas, que ya eres graduado en Bellas Artes.

(Y así podemos seguir hasta que se nos acabe el Anís de la Asturiana, su presencia siempre agrada, apenas mediada la botella todavía)

Tres muestras del arte de Margarita del Brezo a continuación, muchas más en su blog literario cuya dirección aparece al final de los relatos que nos regala aquí.

ARREPENTIMIENTO

Un error en la numeración de las páginas, eso fue lo que me salvó la vida. La 512 ocupó el lugar de la 125 y así me enteré de que el novelista pensaba matarme. Bueno, él no, o al menos no directamente: iba a utilizar a mi mejor amigo. Ocultándome tras los adverbios para que nadie me viera, me moví entre los capítulos, y en el tercero descubrí a mi mujer encamada con él. En ese párrafo lo entendí todo. Su deslealtad me dolió más que saber que iba a morir. Tuve que agarrarme con furia a un adjetivo descalificativo para evitar saltar sobre ellos y descubrirme. Conté hasta cien, regresé al capítulo trece y cogí la escopeta del sheriff. Pacientemente esperé apoyado en una conjunción adversativa a que cayera la noche y entonces me escurrí del libro. A pesar de que mi autor me había creado con complexión atlética, me costó un gran esfuerzo arrastrar el pesado volumen sobre el escritorio hasta el borde. Extenuado, le di un último empujón, cayó al suelo y las palabras quedaron esparcidas sobre la moqueta. Al oír el ruido, tal y como había supuesto, el escritor entró rápidamente en el cuarto. Fue entonces cuando lo encañoné y le hice tragarse una a una todas sus palabras.

TODO SOBRE MI MADRE

Como cada tarde, coge el cubo y el estropajo y camina los dos kilómetros que la separan del camposanto. Si el invierno ha sido generoso, el regato baja con agua y se ahorra comprar la botella de litro y medio en el puestecillo de flores. No es gran cosa, pero desde que tuvo que dejar de trabajar porque la tristeza la mantenía demasiado ocupada, la única holgura que se permite es la de la ropa. Después de limpiar la lápida, con el agua que sobra riega las macetas de plástico y se enjuaga las lágrimas para que no note que ha llorado. Aparta de su rostro el pelo, afina la voz y me cuenta lo que ha oído esa mañana en la radio. Lo hace para darme ideas, porque siempre soñé con ser escritor e imagina que aquí abajo no habrá nada que me inspire. Luego, de vuelta en casa, se sienta frente al televisor apagado e imagina que todo esto no es más que el guion de una película rara, como esas de un director español que yo solía ver. Y si hay suerte, se queda dormida. Todavía me acuerdo de cuando era un pez. Entonces el mundo estaba prácticamente sin estrenar. Por mi etapa de anfibio pasé sin pena ni gloria y la de reptil he procurado olvidarla, aunque sin éxito, porque esa arrastrada vida me dejó una severa disfunción psicológica cuyos síntomas se agudizan en otoño. Fui rata, jabalí y oso hormiguero antes de llegar a orangután. Y comí muchos plátanos para ser humano. Desde entonces mi evolución ha sido imparable: universidades extranjeras, un trabajo prestigioso... Aunque a veces echo la vista atrás y me doy cuenta de que el pez nada y yo, tampoco.

BLOG DE MARGARITA DEL BREZO: Escribir sobre la punta de la i (pequeños relatos para grandes historias)


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