Vaya por delante que detesto la novela histórica al considerar que fantasea sobre hechos históricos que se mezclan con otros imaginados provocando que quien lee crea algo que no es cierto. Tampoco ayuda, en este caso, que la novela se desarrolle en la ciudad en la que vivo, una de las más abominables y atroces del planeta ahora convertida en un parque temático para borrachos, aficionados a los caballos y bailaoras amateur nacidas en el quinto pino. A pesar de lo anterior, me interesa muchísimo cómo la autora se ha convertido en personaje, ¿o coraza?, de sí misma casi sin darse cuenta gracias a una serie de aspectos que no vienen al caso. ¿Habrá sabido convertirse también en novelista y mantener mi atención durante la lectura de su obra?
La respuesta es un rotundo sí. Principalmente, porque se nota que al escribir no tiene nada que perder. Consideramos que primero escribió la novela para ella y posteriormente pudo editarla profesionalmente. Este importante matiz le lleva a utilizar frases largas, que parecen casi un plano secuencia cuando llega el momento de las descripciones, datos históricos por doquier e incluso recetas de cocina de la época en la que suceden los hechos que se nos narran.
Es en esta libertad donde se nota la pasión de Lozano por la literatura histórica y por la ciudad donde vive y trabaja (por cierto, acaba de abrir Algarve Libros, una librería muy recomendable). Cuando se escribe así nada puede fallar. El equilibrio entre la historia, la prosa poética y la legibilidad del texto nos parece el resultado de una intensa obra de ingeniería literaria de la que muchos que venden miles de ejemplares no tienen ni la menor idea.
Por todo lo anterior, y que conste que nadie nos paga por escribir esta reseña, esta novela es digna de tener un lugar privilegiado en tu estantería. Eso sí, su lectura ha de ser pausada y desarrollarse a un ritmo más lento del habitual para que te empapes de toda la información que se recoge en la obra. Vas a disfrutar muchísimo.