Revista Literatura

María González. ( del micro al breve)

Publicado el 25 septiembre 2011 por Isabelmaria
María González. ( del micro al breve)A María le tocó nacer cuando la medicina todavía no salvaba corazones heridos. Después le tocó crecer con su maltrecha víscera cuando la ciencia sólo los salvaba  ricos. Para cuando ya operaban en la capital alguno como el suyo, herido, pobre, amante de los suyos, alegre y esperanzado, le tocó morir.

A María le tocó jugar poco  y trabajar mucho. Entre los olivares de los señoritos, las travesuras de sus hermanos chicos. En el cortijo, ayudando a su madre con las labores de la casa y con los niños, pasó hambre y le tocó también ver morir hombres perseguidos. En el silencio de los campos, ecos de disparos, rojos muertos.

María sufrió lo suyo. La muerte de su madre, Isabel y la de sus hijos sin nombre, sietesemesinos y mellizos.Pero también le tocó ser una de esas personas que dejan su huella en otras aunque luego tengan que vivir sin ella  y llorar su marcha prematura.

Intuyo casi todo lo que sé de ella y conozco lo que poco que me han contado: que "era alegre y buena, nunca perdió la alegría",  dulce, talentosa, que no fue a la escuela pero que leía muy bien, que mi padre la admiraba y adoraba (la ternura en su sonrisa y el brillo de su mirada cuando me habla de su hermana mayor. Sigue viviendo en sus ojos). Alta, rubita, con los ojos claros, erguida, elegante, con un sello de distinción que competía con la fuerza y las duricias de sus manos. ¿Quién dijo que se tenía que nacer princesa para serlo? Ella pertenecía a ese linaje de cenicientas del pueblo, clandestinas princesas de otro tiempo. María me quiso sin conocerme, y esperaba paciente, casi sin fuerzas, que naciera de mi madre para tomarme en sus brazos, amadrinarme y regalarme dos cosas: unos zarcillos de oro y su nombre. Todo lo dejó encargado por si no llegaba a tiempo. "Ésta niña será Isabel María", dejó dicho con una gran sonrisa, a las puertas de su muerte. Dos meses despúés yo nacía sin llegar a sus brazos, no me dio tiempo.Sus zarcillos, que entonces se compraban grandes para que duraran siempre y que caían por su propio peso, los perdí a los cuatro años cuando empecé a ir al colegio, como tantos otros. Anduvo uno por casa hasta que debió venderse, también por su propio peso, en algún achuchón de aquéllos.  No sé por qué su nombre me lo elidieron siempre, por prisas, por abreviar, por segundón, por compuesto, por nada. Y me acostumbré a ser Isabel González, a secas.De ella me queda esta fotografía quinceañera en sepia, una gramática castellana usada y amarillenta de su  madre y su nombre con el que firmo hoy, en su memoria.Isabel María González


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