Mariano I de España, el rey de la contrarreforma

Mariano Rajoy imbuido del espíritu contrarreformista de Felipe II

Los líderes del gobierno se llenan la boca con la palabra reformismo, intentando maquillar con un aire positivo el desastroso mecanismo de desmantelamiento del Estado que están cometiendo.

Es cierto que el gobierno está cambiando cosas, con prisa, con cierto desorden y con el aire avaricioso de un gentío hambriento sobre el que dejan caer de repente una lluvia de billetes. Pero cuando los cambios tienen como objetivo revertir el discurrir del tiempo para instaurar modos antiguos y trasnochados no estamos ante una reforma, si no que lo que sufrimos es una contrarreforma al estilo de la que Carlos I y Felipe II instauraron, sumiendo España en más de cuatro siglos de decadencia, atraso y oscurantismo.

La afición germana por el recorte parece que no sea sólo una manía pasajera de Angela Merkel; los Austria que reinaron España –iba a decir gobernar, pero eso sería todo un atrevimiento- durante varios siglos también eran aficionados a recortar lo ajeno.

Es curioso cómo se repite la historia. A épocas en las que se vive espléndidamente, con poco esfuerzo gracias a una locura o un golpe de fortuna, le sucede una larga y negra temporada de miedo, pobreza e ignorancia, frutos de recortar de dónde menos hay, en lugar de buscar nuevos horizontes.

El paralelismo existente entre las gloriosas décadas de vida suntuosa producto del oro y materias primas provenientes de la recién descubierta América y los años dorados de la descontrolada especulación urbanística, se extiende también a la resaca posterior a la fiesta. En ambos casos se procede a replegarse, encogerse instintivamente ante la lluvia de golpes con los que la realidad acostumbra a obsequiar al imprudente y al obtuso, en lugar de encarar con valentía la adversidad para buscar una salida hacia adelante y evitar que el resto del mundo vuelva a sacarnos ventaja.

Sin embargo la contrarreforma del gobierno de Mariano Rajoy cada día va tomando más auge. Las medidas del gobierno son una alocada carrera hacia atrás al estilo impuesto por el oscuro Felipe II, negando la realidad social y oprimiendo a los más débiles, tratando de enmudecerlos a base de miedo y conformismo.

Cuando hayan acabado su labor contrarreformista no quedará nada público y los ciudadanos estarán totalmente en manos de corporaciones privadas cuya prioridad es obtener beneficio en lugar de dar un servicio universal. No habrá ciudadanos sólo clientes.

Las infraestructuras (carreteras, ferrocarril, aeropuertos, agua) estarán en manos de empresas privadas, la educación (primaria, universitaria) estará en manos de empresas religiosas, los medios de comunicación maquillarán la realidad en función de las necesidades de la empresa propietaria, los hospitales sólo atenderán al que pueda pagar y sólo se investigará en la curación de enfermedades cuyo fármaco produzca beneficios. El dinero de las pensiones estará de paseo por la bolsa como cualquier otro activo bancario. Llegará un momento en que se aniquile totalmente el patrimonio público, relegando el papel del estado a un órgano recaudador de impuestos para repartirlos entre las empresas de los amigos. Con excepción del presupuesto de una parte del ejército y cuerpos de seguridad que tendrá que seguir pareciendo públicos, aunque estén al servicio del capital privado, para poder infundir el miedo necesario; y que la represión violenta de los que quieren un futuro en libertad sea sólo expeditiva y puntual.

No hay como poner un gallego a mandar para que un país se detenga en el tiempo. Y no me estoy refiriendo a Cuba.

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