MARIANO Y SU PRIMER DÍA DE PLAYA
«Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra.»
Gabriela Mistral
Fotografía publicada en Google.
Rizado y vestido con los colores del cielo, el mar recibió a Mariano y a su pelota de franjas violetas y verdes. La mañana era hermosa y los piececillos del niño marcaban huellas diminutas en la arena, mientras la húmeda brisa ensortijaba su cabello.
Era un día especial: ¡Mariano descubría la playa que el cálido sol hermoseaba! ¡Qué alegría desprendían sus ojos brillantes! El mar y la arena se colaban por ellos y él, maravillado ante la inmensidad que se le mostraba, soltó el balón y, corriendo, se acercó a la orilla. La madre lo dejó ir: lo observaba. Quería que su hijo experimentara, por sí mismo, el encuentro con el anfitrión de las playas.
¡Oh…!, pero cuando Mariano sintió morir las olas en sus rodillas, su cuerpecito se sacudió. El niño descubrió una sensación, hasta entonces desconocida para él: ¡tuvo miedo! La espuma que lo bañaba le recordó la escena en la que el imprudente Pinocho y su pececito Cleo son tragados por la ballena.
Mariano apretó los puños, su cuerpo se tensó y comenzó a llorar. La madre se acercó y, envuelto en un abrazo, lo condujo al lugar donde estaba abierta la gran sombrilla que daría cobijo a los dos. Más tarde, madre e hijo se adentraron en las aguas y disfrutaron del día.
Esa mañana de verano, Mariano aprendió una lección de vida: descubrió que los deseos y la cautela son íntimos amigos. Desde entonces, cada vez que se enfrenta a una nueva experiencia, a un sueño que desea hacer realidad, escucha a la vocecilla interiorque le dice: «Shissst, ¡piénsalo antes de actuar!»
Y así es como, cada día, Mariano llega más y más lejos en sus estudios.
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