Revista Diario

* marito

Publicado el 23 febrero 2011 por Chinopaper

Marito tiene cáncer. Se encuentra en un estadio avanzado y los médicos no le saben decir cuánto le queda; en pocos días su condición se volvió crítica y comenzó a deteriorarse a la velocidad de una fruta podrida. De todas maneras siempre goza de buen humor y no le agrega mucho dramatismo a lo que ya aceptó como el último tramo de su vida.  Según dicen, Marito siempre llevó una vida tranquila y ascética, más bien de reclusión interna, pero nadie sabe a ciencia cierta a qué se dedicaba antes de enfermarse ni cómo se había convertido en un pensionista más de Chacabuco al 300. Cuando tiene fuerzas para levantarse, Marito sale a la calle y da algunas vueltas por el barrio, va hasta el kiosco, la verdulería o el almacén, saluda a algunos vecinos y vuelve a la piecita. Pero estos días son cada vez menos y por lo general se la pasa encerrado en su habitación y echado en la cama. Las habitaciones de la pensión son todas iguales, precarias y austeras, entran con lo justo una cama, una mesa y una silla; como todo lujo hay un par de estantes y un ropero lleno de humedad. El baño es compartido. La cocina es comunal. Marito y yo tenemos habitaciones contiguas, compartimos la ochava del segundo piso, una pared descascarada y una porción chiquita de la resolana que se cuela entre los edificios de la vereda de enfrente. Marito es un buen vecino. Durante el día casi no lo veo. Por las noches lo escucho vomitar dos o tres veces por semana, el resto de las veces sólo se oyen sus arcadas y quejidos. Es muy común que los pasillos de la pensión amanezcan impregnados de un olor rancio y amargo que se desliza por debajo de las puertas y nos obliga a abrir las ventanas para ventilar la pestilencia; algunas voces aseguran por lo bajo que es culpa de Marito, pero yo apuesto más por el mal funcionamiento de las cañerías y desagotes del edificio, construido a principios del siglo pasado. No obstante estos pensamientos poco piadosos, nadie le reprocha nada y nunca hubo ninguna queja en la administración. Pensándolo bien, daría lo mismo si las hubiera o no, porque seguramente a Marito no le afectarían demasiado estas cuestiones, tiene bastante lidiando con el escenario cada vez más cercano e irreversible de su propia muerte. Cuando Marito vomita siempre es igual: primero el rugido gutural, después el chasquido violento contra el piso. Cada vez que lo escucho me imagino su cuerpo débil y amarillento doblándose de dolor y esfuerzo, extendiendo los brazos huesudos para alcanzar un vaso de agua de algún estante, y finalmente recuperando el ritmo de la respiración hasta volver a dormirse. En varias oportunidades sentí el impulso de acercarme a su puerta y preguntarle si necesitaba ayuda. Una pregunta bastante estúpida. Ayer me desperté sobresaltado, prendí un cigarrillo y miré por la ventana. Como una vieja costumbre pegué el oído a la pared, el frío de la pared y el ruido rasposo de las cañerías me pusieron la piel de gallina. Faltaban dos horas para que amaneciera pero me había desvelado. Juraría haber escuchado su risa en la oscuridad.

 


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