Mark Twain: La decadencia del arte de mentir
Un joven y paupérrimo escritor principiante había intentado en numerosas ocasiones que le aceptaran sus manuscritos. Desesperado, y cuando sólo le esperaban los horrores de la inanición, le expuso su caso a un escritor consagrado, implorándole consejo y ayuda. El generoso caballero inmediatamente dejó de lado sus propios asuntos y procedió a leer con detenimiento uno de los manuscritos rechazados. Concluida su altruista tarea, le dio un cariñoso apretón de manos al joven y le dijo:—Creo que sus páginas tienen calidad. Vuelva el lunes.El día señalado, con una sonrisa dulce, pero sin decir palabra, el célebre autor desplegó una revista todavía húmeda a causa de la tinta. Cuál no sería la sorpresa del pobre joven al descubrir su propio artículo sobre la página impresa.—¿Cómo podré —dijo, hincándose de rodillas y estallando en lágrimas— expresarle mi gratitud por su noble conducta?El escritor célebre era el famoso Snodgrass, y el pobre escritor principiante, rescatado así de la oscuridad y de la miseria, se convirtió en el igualmente famoso Snagsby. Sirva este hermoso incidente para enseñarnos que debemos prestar un oído caritativo a los principiantes necesitados de ayuda.A la semana siguiente, Snagsby regresó con cinco cuentos rechazados. El escritor célebre se sorprendió un poco, porque en los libros de moral el joven luchador solamente necesitaba un empujoncito. No obstante, revisó minuciosamente los papeles, retirando flores innecesarias y desterrando unos cuantos acres de adjetivos inadecuados, y de ese modo consiguió que le aceptaran dos relatos.Transcurrida más o menos una semana, el agradecido Snagsby se presentó con otra remesa. El escritor célebre experimentó un íntimo sentimiento de satisfacción la primera vez que le había dado muestras de amistad al empedernido novel, y al compararse con las personas generosas de los libros salía bien librado. Pero ahora estaba comenzando a sospechar que se había topado con algo nuevo en el capítulo de los episodios de nobleza. Pese a que su entusiasmo se fue enfriando, fue incapaz de rechazar al novato y esforzado escritor que se aferraba a él con una familiaridad y una confianza tan plenas.El resultado fue que el escritor célebre fue apabullado por el pobre novel. De nada sirvieron sus débiles esfuerzos para liberarse de su pesada carga. Todos los días tenía que estarle dando consejo y aliento; permanentemente tenía que procurar que las revistas lo aceptaran, y luego, rehacer sus escritos para volverlos presentables. Cuando el joven aspirante por fin despegó, alcanzó la fama de manera meteórica describiendo la vida privada del escritor célebre con un humor tan cáustico y tal lujo de detalles hirientes, que el libro se vendió en cantidades astronómicas y al célebre escritor se le rompió el corazón por haber sufrido tamañas mortificaciones.Mientras exhalaba su último suspiro dijo:—¡Qué dolor! Los libros de moral me han decepcionado, pues no relatan la historia completa. Amigos míos, cuídense de los escritores principiantes que luchan por ser aceptados. Aquél a quien Dios considera digno de morir de hambre, que no lo rescate el hombre presuntuoso, pues será a costa de su propia ruina.