Lejos están ya los tiempos en que las empresas se gastaban ingentes cantidades de dinero en publicidad y marketing. Uno recuerda con nostalgia de alivio, aquellos días en los que todo el mundo te endosaba un llavero, un bolígrafo o cualquier cosa inservible y menos bonita sin pedirnos nada a cambio. ¿Quién no ha tenido un bolígrafo de un banco, de correos, o del charcutero del barrio? Y es que había dinero, y todo el mundo quería diferenciarse para ser la opción más deseada. Aunque quizás en aquellos tiempos no existía o no conocíamos el múltiple lenguaje “marquetiniano”, sí que nos conformábamos simplemente con que nuestro llavero fuera más bonito que el del panadero.
Ríos de llaveros y décadas han caído, mientras el marketing se ha ido sofisticando hasta donde se ha querido y un poco más. Y ahora parece que la falta de dinero, que no solo ha acabado con la carrera de haber quién tiene el llavero más grande, sino que también ha terminado con el sentido común y el raciocinio sincero.
No quiero acometer contra la ignorancia (que pese a todo tiene su pase) de saber todos los campos que competen a marketing, pero sí contra el ombligo de tantas y tantas empresas, que debe de escocer ya de tanto rascárselo. (Hay que estar con los tiempos)
La decisión de escribir este artículo nace al ver esta semana un anuncio a pie de calle, donde se estaba vendiendo un palacete remodelado en una zona noble de Madrid. Ver un cartelón de más de dos metros avisando de la venta del palacete se puede entender. Quizás les salga más barato poner un cartelón para que cualquier viandante pueda interesarse, que hacer marketing sectorizando y dirigido a buscar perfiles, que si pudieran estar interesados en ese tipo de construcciones. Puede tener un pase…, pero supongamos también que ha recorrido todas las embajadas de Emiratos Árabes, Suiza, Alemania y que no ha encontrado un comprador. Igualmente ha realizado su trabajo de búsqueda, en centros de negocio, deporte o círculos de alto poder adquisitivo. Demos ese voto de confianza a la empresa y pensemos que ya solo le quedaba colocar el cartelón y ponerse a rezar. Todo perfecto, pero hay un pequeño detalle que puede arrojar mucha información, a un intrépido comprador de mansiones y palacetes. ¡El correo!
¿Cómo se pueden vender mansiones en Madrid y no tener (con perdón) 9 cochinos euros para contratar un dominio? Que me digas que estamos en 1997 vale, pero en el 2014 utilizar direcciones de correo, Gmail, Yahoo, Hotmail, Outlook, etc. está fuera de lugar si eres una empresa. No es solamente por lo estético en la tarjeta de visita, ni por la seriedad y profesionalidad que pueda transmitir una empresa (que también), es simplemente señor empresario por el posicionamiento en google. Una web sencilla con una página estática (cualquiera puede hacerla) y barata con su cuenta de correo no cuesta más de 9 euros + IVA.
El marketing lo es todo, hasta los detalles más insignificantes. Un mafioso que quiera blanquear dinero, puede que se fije en el cartel y compre, pero una persona que va invertir una importante cantidad de dinero, se merece todo el detalle y el mimo que le podamos brindar. Porque al final no se trata de un solo cliente, sino de múltiples posibles clientes silenciosos que observan lo que vendemos. Puede que hoy no nos compren el palacete, pero quizás mañana si quieran una plaza de garaje. Ya no vale con tener una empresa, sino también con parecerlo, y si trasmitimos seriedad y profesionalidad, mucho mejor. En este caso por 9 euros, más barato que un pedido de bolígrafos publicitarios.
Cuidar el detalle, cuidemos nuestro marketing, no estamos para soportar cartelones.