Ni alumbrados ni escaparates. En Madrid el verdadero termómetro para medir la proximidad de las Navidades es la longitud de las colas que se forman en la administración de Doña Manolita. Miles de personas que aguardan hasta cuatro horas con la esperanza de encontrar un golpe de fortuna en forma de papel.
Fue una de las cosas que más me impactaron en mi primer invierno en la ciudad. Hileras interminables de almas que desafiaban al frío y al viento cortador de la sierra en busca de unos sueños casi imposibles. Cada vez que les veía no podía evitar cuestionarme ¿Por qué? Hoy llegan las respuestas.
La historia de Manuela de Pablo, conocida como Doña Manolita, se remonta a 1904 cuando decide montar junto a sus hermanas Carmen, Luisa y Victoria una administración de lotería en la Calle Ancha (actual Calle San Bernardo). Su fama tardó en llegar pero finalmente comenzó a repartir importantes premios entre los muchos estudiantes de la Universidad que allí había. De pronto, gentes de todo Madrid decidían acudir hasta este punto a comprar sus décimos de lotería, esperanzados por su buena fortuna. La propia Doña Manolita contó, años después, su gran secreto.
“El año 1926, harta de que no correspondiese jamás a esta administración un premio que valiese la pena, hice cuatro viajes a Zaragoza, y en los cuatro tuve la suerte de ver a la Pilarica con su manto rojo, que es signo infalible de fortuna. Pedí unos números que se me ocurrieron sin saber por qué, los vendí en mi casa y el premio gordo de Navidad fue conmigo aquel año, siendo éste el comienzo de mi fama”
Los ingresos y la buena prensa permitieron que el negocio viviese tiempos de bonanza, la prueba es que en 1931 pasaron a ocupar locales en los puntos más cotizados de la ciudad, abriendo administraciones en Sol y en Gran Vía. La primera terminó siendo vendida a otra familia pero la de Gran Vía 31 pasó a ser uno de los emblemas de la céntrica calle, sus infinitas colas eran fotografiadas como si fuesen monumentos. Desde ésta inmejorable ubicación, en Doña Manolita se siguieron vendiendo sueños e ilusiones y lo más importante, premios en metálico.
El año pasado muchos de los que acudían puntuales a su cita con la suerte se encontraron con una sorpresa. Doña Manolita ya no estaba en la Gran Vía después de 80 años. ¿La razón? El contrato de alquiler había expirado y se buscó un local cercano pero en el que se pudiese ofrecer un mejor servicio a sus miles de clientes. El nuevo emplazamiento lo encontraron muy cerca, a 150 metros, en la Calle del Carmen. Una nueva administración con más ventanillas, con acceso a minusválidos y que da a una calle peatonal, para que la marabunta no se apodere de la acera y dificulte el paso de los peatones. Ahora las colas asoman hasta la Plaza de Callao.
Con el cambio parece que todos ganaron pero no fue así, la Gran Vía perdió de la noche a la mañana uno de sus símbolos, uno de esos lugares que aún la vinculaban al Madrid más castizo y añejo y que le dotaban de una personalidad diferente. Ahora, Doña Manolita sigue repartiendo ilusiones a pie de calle a un par de minutos andando de su viejo local pero todos sabemos que no es lo mismo. No al menos para todas esas generaciones que aún buscarán, hasta que se acostumbren, las interminables hileras de personas que colapsaban la Gran Vía.