Foto: Taxi Face, de NYCArthur
Comparar el precio de un billete de autobús, tren o metro con el importe de un trayecto en taxi supone obviar el valor intrínseco de este último. Es un ataque a las raíces mismas del romanticismo casual, del difícil arte de la improvisación, del azar personalizado. Las vías del tren son ecuaciones sin incógnitas, la ruta del autobús aburre. Nadie conoce al conductor del metro. El taxi, sin embargo, eres tú y nadie más que tú. Eres el protagonista absoluto del tiempo y los gastos no subvencionados de otro. Vehículo, maletero, conductor, temperatura, música, matices, charla y calles a tu entera disposición.Y conduzca más despacio, que tengo prisa. Y pare aquí un segundo: necesito comprar flores y tabaco. Y lléveme al fondo de ese callejón, justo ahí, a las mismas puertas de mi reino. Espere a que entre en el portal, por si los cacos.
Luego están los que dicen que el taxi es caro. Afirmar eso es ponerle precio a un poema. ¿Cuánto cuesta un verso libre de Benedetti? ¿a cuánto sale el kilo de sonetos? ¿es más caro un taxi compartido de madrugada, o una copa premium en el bar de moda? ¿y el cine? ¿por qué cuesta lo mismo una mierda de peli que una obra maestra? ¿y si le cuentas tu vida al taxista? ¿cuánto cobra un psiquiatra?
Ayer mismo un muchacho rompió a llorar en mi taxi. Había pillado a su novia con otro más guapo y más todo que él, no veas si jode. Me dispuse a consolarle y acabamos tomando una copa premium en un bar de moda. Él pagó el taxi. Yo las copas.
Que ese mismo corazón quebrado intente siquiera acceder a la cabina del conductor de un tren de cercanías, a ver qué dice.
Del blog que Daniel Diaz, taxista de Madrid, tiene en 20 minutos, "ni libre ni ocupado".