Revista Literatura
"me acuerdo" - javier serrano
Publicado el 20 septiembre 2011 por Javierserrano121-Meacuerdo de todos los cines que había en mi barrio o cerca de él, auna distancia que se podía recorrer a pie. En aquella época, todolo que no quedaba dentro de ese radio de acción, en la práctica noexistía. Me acuerdo del nombre de esos cines y en lo que seconvirtieron después: el Galaxia, que era el más cercano, en unhipermercado de la cadena Lidl; el San Remo, que hacía esquina, pasóa ser un salón de juego o un bingo, y luego un local de la cadenaVIP´S; el cine Voz se quedó sin voz, convertido en un salón debodas con mucho oropel en su fachada; y el Aragón, en una tienda dela cadena de ropa Sfera. Basta echar un vistazo para darse cuenta de queen mi barrio —en los barrios— ya no hay lugar para los sueños.Cualquier intento de acercamiento a la magia ha sido susitutuido poralgo mucho más prosaico, también más banal, el consumo.
122-Meacuerdo del pueblo y de mi tío Antonio. En cierta ocasión nosenseñó —escena enternecedora— los gatitos que había parido unagata que había en su cuadra, no paraban de maullar, con los ojostodavía cerrados. Al día siguiente, o tal vez ese mismo día, cogiótodos esos gatitos, los metió en un saco y jamás volvieron amaullar.
123-Meacuerdo de que, en el pueblo, un tal Loreto, al que mi hermanoadmiraba un montón, nos regaló un cachorro de perro, blanco ynegro, precioso. Por fin teníamos perro, algo a lo que creo queaspira cualquier niño que se precie (no hacerlo supone haberseconvertido en un niño-viejo). Lo dejamos durmiendo en el interior deuna caja de zapatos. Al día siguiente amaneció muerto, con algo desangre en el hocico. La versión oficial fue que se había muertomientras dormía.
124-Meacuerdo de una mañana en que estaba corriendo por el parque de LosPinos y un tipo, un adolescente con gafas, empezó a hacerme, a lolejos, proposiciones sexuales. Al final, el tipo vino hacia mí, conpaso muy decidido —en ese momento empecé a valorar seriamente laposibilidad de soltarle una hostia— y me gritó aquello de"¡Fóllame!". Sólo acerté a decirle, con una mezcla denerviosismo y desprecio, lo de "¡maricón!", y seguícorriendo. Luego me enteré de que el parque de Los Pinos, como casitodos los parques, al caer el sol se llenaba de merodeadores y demirones.