“Me copa ir al dentista” ¿alguien alguna vez lo dijo?
No es alguien muy copado para visitar. El/la dentista debe tener varios problemas, porque no es que se mete en tu vida, se mete en tu boca. El único que puede ser todavía más polémico es el proctólogo, ese sí se fue a la mierda (¿lo entendieron?).
La boca, trucha, trompa, jeta, o como quieras decirle se caracteriza por ser algo rebuscada. Tiene olores, restos de cosas, babas y otros fluidos. Y ni imaginar qué cosas habrán pasado por esos húmedos lugares. Entonces (encima ya teniendo conocimiento de esto) resulta que existe gente a la que se le ocurre quemarse el coco y estudiar muchos años, para después andar revolviendo bocas. Obviamente algo raro deben tener. No pasan ni en pedo un examen psicofísico.
Analicemos el proceso: vas, pagás, esperás en la sala de espera, la pasás mal.
Ésta debe ser la peor espera, no querés que te toque, tampoco te alientan los ruidos a torno que provienen de la puerta número 3. Ahí está. Hay que hacer que los tornos no suenen como tornos, deberían venir con mp3, y que cada uno elija el tema que quiere escuchar mientras sufre. Incluso la silla esa debería ser, no sé, más amigable, algo como un sillón. También cambiaríamos el olor a guantes de plástico y algodón, y la decoración metálica… En fin, deberían venir ellos a tu casa.
Aunque igual traerían sus cosas, sí, lo peor son sus accesorios (que no se venden por separado, como hacían las malvadas empresas con los mejores juguetes). Que usan para todas las bocas, no sólo la tuya. Está el tren que hace ssssssssssssssssshhhhhhhhhhhhhhhhhh y da miedo, y cuando roza tus dientes es terrible. Entre los peores, lejos, está ese tubito que te chupa la saliva. También la piletita esa donde te hacen escupir, nunca te sentís tan inútil como cuando te hacen escupir ahí. Ah no, paren: lo peor de lo peor es esa aguja que te clavan en la encía para anestesiarte. Te muestra ese bicho puntiagudo y te dice: ésto es para que no duela… qué paradójico.
Si además a esto le sumas que a todos los dentistas les gusta hablarte mientras estás ahí acostado, con la boca abierta, llena de cosas, tu cara al descubierto por esa luz blanca, en tu estado más vulnerable… ya está. No hay nada más que decir. Flaco ¿qué carajo me preguntás? No ves que no puedo hablar, me metiste mil aparatos y con vos jugando perdí cualquier capacidad de diálogo y simpatía que puedo llegar a tener! ¿Qué querés que te responda? ¿Con los ojos? Ojo al piojo que el pestañeo de ojos es esencial ante la pregunta: “avisame si te duele eh.”